Aldea: Cuando la impresión 3D se encuentra con la memoria rural

Aldea: Cuando la impresión 3D se encuentra con la memoria rural
Piezas impresas en 3D del estudio Aldea, inspiradas en formas orgánicas y el imaginario rural. I ALDEA

Aldea es un estudio creativo con base en Galicia que utiliza la impresión 3D para diseñar objetos inspirados en el imaginario rural. Sus piezas -jarrones, elementos decorativos y formas que evocan frutas, hortalizas o utensilios tradicionales- combinan tecnología contemporánea y sensibilidad artesanal.

 

Detrás de Aldea están Alba y Héctor, pareja dentro y fuera del taller: ella, creativa de imagen con raíces familiares en los pueblos burgaleses de Torrelara y Quintanilla Cabrera; él, ingeniero nacido en Martinica, una isla tropical del Caribe francés. Lo que comenzó como una afición compartida, sin más pretensiones que la curiosidad, terminó convirtiéndose en un proyecto que huele a chimenea encendida, a huerta de verano y a esas infancias que marcan para siempre.

 

“Nunca planeamos hacer esto. Fue surgiendo mientras nos conocíamos”, cuenta Alba. Cuando se mudó desde Barcelona a A Coruña hace cuatro años, traía consigo un proyecto experimental donde creaba piezas de metal -joyas, objetos cotidianos, formas abstractas-, pero tuvo que dejarlo de lado por falta de maquinaria y tiempo. La necesidad de seguir creando siguió latente, y así fue como empezó a probar con nuevos materiales: primero cerámica, luego madera. Hasta que, por casualidad, vio una figura impresa en 3D en casa de un amigo.

 

“Me fascinó: tenía un brillo, una textura… algo muy distinto a lo que conocía”, recuerda. Como Héctor trabajaba por entonces en Airbus desarrollando prototipos de helicópteros -algunos con impresión 3D-, la conversación surgió de forma natural. Meses después, compraron su primera impresora como quien se lanza a una nueva aventura sin saber que será la definitiva.

 

 

“Al principio era solo un hobbie. Probamos software, materiales, temperaturas… las piezas salían mal, pero había algo ahí, algo que nos divertía mucho”, afirma Héctor.  Con el tiempo, las formas comenzaron a tener sentido y belleza. Amigos y familiares, al verlas, les animaron a dar el salto. “Y sin querer queriendo, aquí estamos”, sonríen.

 

Alba y Héctor vienen de puntos opuestos del planeta, pero con una sensibilidad sorprendentemente parecida. “Ambos hemos crecido en zonas rurales, rodeados de naturaleza, en sitios donde aparentemente no pasa nada, pero justo por eso son especiales”, dice Alba.

 

Sus recuerdos de infancia están ligados a los pueblos de su familia: Torrelara y Quintanilla Cabrera, donde pasaba todos los fines de semana y los veranos antes de mudarse a Barcelona. “No teníamos horarios. Sabíamos que era la hora de volver cuando salía humo por la chimenea. Las vacas pasaban por delante de casa como si nada. El pan llegaba en una furgoneta que pitaba para avisar. En verano nos bañábamos en el río, y en invierno había que estar preparados por si caía una nevada fuerte…”, afirma Alba. 

 

 

Héctor, aunque creció en un entorno completamente distinto -una isla tropical en pleno Caribe-, vivió una infancia igual de conectada a lo esencial. “En Martinica, todo gira en torno a la naturaleza. Nadábamos antes de comer, íbamos en bici al pueblo a comprar chuches, y conocíamos todos los árboles del camino para coger fruta fresca. Al final, aunque nuestros paisajes fueran diferentes, lo que nos marcó fue lo mismo: la libertad, el ritmo lento, la conexión con la tierra y con las cosas pequeñas”, añade Héctor. 

 

La idea de Aldea surgió, como tantas cosas importantes, de una anécdota familiar. “Mi abuela Ramos me dijo un día que ese invierno los puerros no habían crecido bien. Colgué el teléfono y me dio por hacerle uno en 3D, para hacerle gracia”, cuenta Alba. Ese puerro verde fue el comienzo. “Cuando se lo enseñé a Héctor, me dijo que otro de los prototipos parecía una patata, y otro una berenjena… y ahí nos dimos cuenta de que, sin querer, estábamos imprimiendo la huerta”, afirman. 

 

Desde entonces, ese universo rural, lleno de recuerdos, se convirtió en el corazón del proyecto. “Nos pareció una forma bonita de rendir homenaje a nuestras raíces, combinando lo que nos une con lo que sabemos hacer hoy”, explica Héctor.

 

Aldea es un cruce entre dos mundos: el de la innovación y el de la herencia artesanal. Héctor, cuyo padre es ceramista, creció viendo cómo se moldeaba la materia con las manos. “Él recogía tierra volcánica, arena, barro… y creaba desde ahí. Esa conexión con lo natural siempre me ha influido”.

 

 

Alba también tiene su propio legado manual. “Mi abuelo hacía escriños cada tarde. Me fascinaba ver cómo, con tiempo y dedicación, algo sencillo se convertía en algo útil y bello. Esa capacidad de centrarse en una sola cosa es un regalo, y es lo que más disfruto cuando diseño”.

 

Las piezas de Aldea están fabricadas con PLA, un material de origen vegetal derivado del almidón de maíz. Es biodegradable y encaja con la filosofía del proyecto: hacer objetos bellos y honestos, con la menor huella posible. 

 

Todo se imprime bajo demanda, en su pequeño taller, sin stock innecesario ni cadenas de montaje. El packaging también es respetuoso con el medio ambiente, y cada objeto se revisa y embala a mano. “No queremos producir por producir. Queremos crear con sentido y cuidado”.

 

Aldea es un proyecto experimental que entrelaza la tecnología del presente con la memoria emocional de lo que fuimos. Una propuesta que imprime objetos y sensaciones: pausa, ternura y pertenencia. Cada pieza está pensada como una pequeña cápsula de recuerdos. Una forma de invitar a quien la ve -y la toca- a detenerse, a evocar una comida en familia, un verano en el campo, el olor a pan recién hecho o el tacto fresco del río. A esa nostalgia suave y luminosa que en Galicia llamamos “morriña”. A una aldea.

 

Aldea: Cuando la impresión 3D se encuentra con la memoria rural

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