Reportaje | Los bancos más bonitos de la península coruñesa

Reportaje | Los bancos más bonitos de la península coruñesa
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Bancos recién colocados como los de la Fábrica de Tabacos o los de La Marina o con historia como los rococós que están en la base de la escalinata de Fernández Latorre. Imponen. Bancos que forman cuadrados como los de María Pita con la heroína de perfil o bancos malolientes, marcados por los canes de muchos años atrás y los de ahora. Hay muchos bancos que están puestos al tuntún y los que queriendo o sin querer, alcanzan un diez en el ranking ya sea por lo que se ve si uno asienta las posadoras sobre él o por la arquitectura que tienen. 
En los jardines de San Carlos, un enclave de nota, uno puede respirar la historia, rodear el féretro de sir John Moore y ver la inmensidad. De un mar que es en este punto, puerto, descarga de carbón y calma, a la vez, resguardado por los brazos de la península. Desde el mirador de la vieja muralla, el paseante se puede sentar en una esquina y observar cómo un barco dobla la esquina por San Antón y enfila hacia el muelle. 
Uno de los hándicaps de A Coruña, sin embargo, es que aún rodeada de Atlántico, en ciertos tramos, las balaustradas del paseo hacen que la acción de sentarse a contemplar se trunque. Es el caso de todos los bancos que hay entre Riazor y Orzán, que se topan con una barandilla de hormigón como barrera. No ocurre en cambio con los que se sitúan en la coraza del Orzán. De ahí que estos sean de los más poblados de la ciudad. Siguiendo la línea que dibuja el mar, se llega a Las Esclavas, una segunda parada para los que quieren conectar al máximo con la masa azul. Desde este punto hasta O Portiño, la familia de bancos que se asoman prometen todos buenas vistas. 
Ahora los hay que son singulares por su construcción misma. En la plaza del Humor, sentarse al lado del Castelao o el Cunqueiro de piedra es carne de selfie. Para el nostálgico, los de madera de Los Cantones significan mucho porque le llevan a otro tiempo en el que le parecían gigantes. Son, sin duda, los más entrañables con sus tablas de madera y mimetizados entre lo verde. 
Dentro de la especie de los “con vistas”, desde la oficina de Turismo lo tienen claro. El monte de San Pedro es la atalaya reina desde la que alcanzar una de las mejores perspectivas. No hay mejor plan que subir a verla con la Torre limpia y sin obstáculos. Al otro lado, los que abrazan al faro tienen mucho encanto. 
La gente lo sabe y serpentea el montículo en busca de uno soleado y a poder ser con el mar de fondo. Y es que no hace falta ir a Loiba para llevarse el océano en el bolsillo. Aunque este tiene tatuado con rotulador permanente el título de ser el más bonito del mundo, A Coruña ofrece alternativas para sentarse, cerrar los ojos y respirar. Leer o comer pipas. El atrezo lo pone el consumidor de bancos. l

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