El dolor no siempre termina en el cuerpo. Para millones de personas con dolor crónico, como quienes padecen fibromialgia, migrañas o estrés postraumático (PTSD), el malestar físico se transforma en una carga emocional constante. Hasta ahora, la medicina no contaba con una explicación clara de por qué el sufrimiento persiste más allá de la lesión o el estímulo.
Una nueva línea de investigación aporta una posible respuesta: un circuito cerebral específico que convierte el dolor físico en angustia emocional. El descubrimiento abre la puerta a tratamientos que podrían reducir ese sufrimiento sin recurrir a fármacos adictivos.
Científicos del Instituto Salk han identificado un circuito cerebral que transforma el dolor físico en angustia emocional. Este hallazgo podría cambiar la comprensión del dolor crónico en condiciones como la fibromialgia, las migrañas y el trastorno por estrés postraumático (PTSD), abriendo nuevas vías terapéuticas sin necesidad de fármacos adictivos.
El estudio, publicado este mes, revela la existencia de un grupo específico de neuronas que conecta zonas del cerebro encargadas de procesar el dolor físico con otras responsables de las emociones. Los investigadores observaron que este circuito actúa como un interruptor emocional: cuando se activa, intensifica el sufrimiento más allá del daño físico.
Se trata de un subconjunto de neuronas CGRP (péptido relacionado con el gen de la calcitonina) en una región del tálamo. Este núcleo, conocido como subparafascicular parvicelular (SPFp), enlaza directamente con el sistema de regulación emocional —como la amígdala— y recibe señales desde la médula espinal.
Al activar este circuito, se desarrollan recuerdos aversivos sin experimentar más dolor físico. Al silenciarlo de forma genética, los animales de laboratorio mostraron menor sensibilidad emocional ante estímulos mecánicos, térmicos o inflamatorios, aunque su umbral de detección física permaneció intacto.
Los científicos destacan que el mecanismo podría estar presente también en humanos. Esta conexión directa entre el cuerpo y la mente explica por qué algunas personas experimentan un sufrimiento desproporcionado ante estímulos dolorosos leves, un fenómeno común en pacientes con dolor persistente.
Tradicionalmente se consideraba que la vía sensorial del dolor (spinotalámica) y la emocional (spinoparabranquial) eran independientes. El nuevo estudio demuestra que el circuito CGRP‑SPFp representa una rama de la vía spinotalámica responsable de la dimensión emocional del dolor.
Este descubrimiento encaja con hallazgos previos sobre cómo la activación excesiva de esta vía puede generar síntomas comunes en el dolor crónico: sensibilidad extrema a estímulos leves, ansiedad relacionada al dolor o anticipación negativa. El análisis genético de las neuronas CGRP mostró presencia de genes vinculados a la migraña, lo que explicaría la eficacia de los bloqueadores de CGRP ya utilizados en esa dolencia.
El estudio plantea la posibilidad de intervenir sobre este circuito sin interferir con otras funciones cerebrales y ofrece nuevas alternativas al uso de opioides. Técnicas como la estimulación cerebral focalizada, intervenciones genéticas o fármacos que bloqueen CGRP podrían reducir el impacto emocional del dolor sin eliminar la nocicepción protectora. Además, esta vía podría influir en síntomas de PTSD, ansiedad y alerta excesiva
Los investigadores destacan que desactivar este circuito no eliminaría la sensación de dolor, pero sí su impacto emocional, lo que mejoraría significativamente la calidad de vida de los pacientes.
El hallazgo adquiere mayor relevancia cuando se considera junto con estudios recientes que vinculan la falta de sueño con el deterioro cognitivo y emocional. Investigaciones previas han demostrado que el mal descanso afecta el sistema encargado de limpiar el cerebro, conocido como sistema glicfático, y favorece la acumulación de sustancias relacionadas con el Alzheimer.
Además, trastornos respiratorios durante la fase REM del sueño reducen el flujo sanguíneo al hipocampo, lo que agrava el deterioro de la memoria. Estas condiciones también afectan áreas cerebrales involucradas en la percepción emocional del dolor.
Los expertos sostienen que un cerebro privado de descanso puede amplificar el impacto del dolor, tanto física como emocionalmente, lo que refuerza la importancia de abordar de forma integral la relación entre sueño, emociones y salud neurológica.
El equipo del Instituto Salk trabaja ahora en validar este circuito en humanos. De confirmarse, se podrían diseñar intervenciones dirigidas a reducir el sufrimiento emocional asociado al dolor crónico, sin recurrir a opioides ni medicamentos con alto potencial de dependencia y abuso.
El avance representa una esperanza para millones de personas que conviven con condiciones dolorosas sin una causa física clara, como la fibromialgia o ciertos tipos de migraña. Además, ofrece una nueva perspectiva sobre el tratamiento del PTSD, donde el dolor emocional a menudo persiste mucho después de la exposición al trauma.