La soledad del pedante

Creo que conozco a miles de personas. El mero hecho de llevar veintisiete años ejerciendo una profesión en la que, año a año, se renueva la cartera de clientes para los que tienes que trabajar de forma exhaustiva, comprensiva y asertiva; me lleva inexorablemente a tener que ejercitar cada día - entre otras muchas cosas-, mis habilidades sociales.


Y, en este camino hacia el conocimiento humano y a la obligatoriedad de practicar una comunicación cordial; una va dándose cuenta de lo afortunada que es por el simple hecho de tener la oportunidad de tratar a tantos seres humanos de todo tipo pero, sobre todo, de poder poner en práctica cada día mi capacidad de adaptabilidad. El éxito real en las relaciones sociales consiste en no esperar todo de nadie y en tratar de rodearse de individuos que nos complementen en los distintos ámbitos de la vida. De ese modo, al no poner todos los huevos en el mismo cesto, resultará más sencillo encontrar refugio en según qué personas y en según qué circunstancias nos afecten.


Todos nos equivocamos, nuestros egos nos confunden y nuestros complejos nos traicionan. Cada uno de nosotros es de su padre, de su madre y de las vivencias que lo han marcado… Todos somos personas llenas de miedos y cargadas de inseguridades. La diferencia principal entre las que, a pesar de ese equipaje, se rigen por parámetros normales y, las que no son capaces de hacerlo; radica en la estupidez humana. El estúpido es un ser petulante que se cree superior a los demás, o bien por una educación equivocada, o bien porque simplemente la vida y sus relaciones fueron elevando al cubo la tontería que todos traemos de serie, en lugar de la inteligencia y la bondad con la que también venimos. Así de simple. Y entonces, cuando uno va permitiéndose a sí mismo volverse más tonto de lo que ya era, se convierte en un pedante. En alguien que se considera mejor o más listo, generalmente gracias a unos méritos que casi nunca son suyos.


Porque si analizamos los logros personales de los engreídos de nuestros entornos, nos daremos cuenta de que no son tales. La belleza es un regalo, el dinero, muchas veces, otro y la pertenencia a una determinada familia, uno más. Los logros verdaderos son la capacidad de superación personal, la ayuda al prójimo, el haber sido capaz de gestionar con éxito una vida que-de tener que vivirla-otros se habrían muerto, o el hacer algo extraordinariamente inusual por uno mismo. Sin trampa ni cartón. Y lo demás son pamplinas.


Así que a todos esos pedantes que se creen algo especial por lo que otros, ayer u hoy, hicieron o hacen por ellos, me gustaría recordarles que todavía están a tiempo de dar un giro a sus vidas porque, tarde o temprano, se acabarán quedando a solas con sus egos y con sus errores y, el vacío generado por el engaño de llevar una existencia ejerciendo un papel, puede acabar llevándoles a sentir que han pasado por esta vida sin pena y con poca gloria… quizás en la próxima tengan más suerte, pero vaya usted a saber.


Más vale malo conocido que bueno por conocer.

La soledad del pedante

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