En estas fechas en las que la Iglesia ha vestido su trono con el flamante León XIV, es sano recordar a esa legión de seres de luz que nutren el santoral y que van por delante de Dios y de su representante en la tierra, abriendo, con la santidad de sus vidas y ejemplos, trochas de esperanza en los corazones de los hombres, esas mismas por las que después caminan ellos y su iglesia, triunfantes en el esplendor de su boato.
Quisiera referirme a una santita llamada Quiteria, que afirman unos que nació en Braga y otros en la hermosa villa de Baiona, Pontevedra. Yo me inclino por esta última, por razones de carácter sentimental y póetico: Baiona aúna al azul del cielo el cielo azul del mar de su mirada. En lo que parecen coincidir todos es en que nació de parto múltiple, nueve en total, y que su madre, Celsia, temerosa de que su marido, un tal Severo, gobernador para más señas, sospechase del prodigio y lo tomase como ofensa, se las entregó a una criada a fin de que cometiera infanticidio, algo a lo que ella se negó, entregándolas a caritativas madres que alimentaron sus cuerpos e iluminaron sus almas con la fe cristiana. Esa misma que le costaría la vida para ganarla en el paladar del martirio y a través de este, la santidad. La cuestión es que esta santita, que murió decapitada, es patrona de la rabia y hoy que hay tanta en el mundo, no cabe sino invocarla para que nos libere de esa maldición, que no consienten ni las bestias.