Ripley

Quédense con este nombre, lectores: Steven Zaillian. Muchos de ustedes quizá ya lo tuviesen en mente al ser el guionista de “La lista de Schindler”, guion por el que ganó un Oscar, o de “Hannibal”, la película que tanta gente critica pero que a mí me fascina por su visión de Florencia oscura y canibal con Lecter de protagonista.

 

Quédense también con el nombre de Andrew Scott, un actor irlandés que ha nacido para hacer de “villano al que adoras”, como le pasa también a Mads Mikkelsen. Yo conocí a Scott haciendo de Moriarty, poca broma, en la versión moderna de las andanzas del más famoso detective de la historia, “Sherlock”. Luego apareció en “Fleabag” y “Al of Us Strangers”. Y les digo que se queden con los dos nombres porque Zaillian dirige y Scott protagoniza una maravilla que se puede ver en Netflix: “Ripley”

 

El personaje de Ripley, creado por la genial Patricia Highsmith, ha sido llevado al cine varias veces y siempre con éxito. Pero aquí hablamos de una serie, no de una película, y de una serie que arriesga en el fondo y en la forma en estos tiempos de “todo masticado o no respiro”. Está filmada en blanco y negro, obligándonos a ver Nápoles, Roma, Venecia y los cuadros de Caravaggio (que tendrán su importancia en la trama) sin los colores que conforman la belleza. Sin embargo, Zaillian convierte el blanco y negro en un lienzo en el que plasma todos los grises que juegan con el carácter del protagonista y de los demás personajes que giran alrededor de él. Tom Ripley es un psicópata integrado, un sociópata, un timador, un asesino, un embaucador y un sinvergüenza, pero estás siempre de su lado. Entiendes sus motivaciones, te preguntas si harías lo mismo, te solidarizas con él. No es demasiado guapo, no es rico, podría ser una rata de cloaca, pero ahí estás, con la bufanda y la camiseta del equipo Tom Ripley a tope, de Segunda B a la Champions comprando a los árbitros y con gol en fuera de juego en el último minuto. Cada plano es un cuadro, cada personaje se convierte en un icono, paralizado entre el espacio y el tiempo de los portales decadentes, los coches, la luna llena, el mar agitado, los rostros de los obreros y de los ricos, el uso de la luz tenebrista a lo Caravaggio, los espejos, los rincones, la luz que nunca se apaga pero que surge de una vela, una lámpara, un farol del siglo XVI, los ojos de un gato. Todo es luz inversa, la que emite Tom Ripley con sus ojos negros que no parpadean, con su rostro de estatua romana (en todos los sentidos), con su capacidad de camuflarse y convencer a todo el mundo de las cosas más inverosímiles. Ripley ama a Caravaggio pero se ve condenado a verlo en blanco y negro, porque los psicópatas se saben la letra pero no oyen la música, y aquí ese dicho sería aplicable a la pintura. Ve las formas, pero no el color. Como nosotros al ver la serie.

 

En realidad, los amigos, los policías, los detectives, somos todos nosotros cuando nos enfrentamos a un psicópata, capaz de fingir amor, cariño o lo que surja hasta que se aburra o necesite algo de entretenimiento o dinero. Patricia Highsmith fue una visionaria cuando creo a su personaje más conocido. Tom Ripley es un psicópata. Y los psicópatas nos caen bien, los amamos, les concedemos todos los caprichos hasta que nos damos la vuelta y vemos caer la sangre oscura por la espalda como en un cuadro de Caravaggio.

 

 

Ripley

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