Renovarse o morir

De un tiempo a esta parte la vida se está complicando notablemente para los integrantes de este mal llamado sistema de bienestar.


Hasta que un bicho se nos plantó de frente y nos dejó un reguero de peste, la mayoría de los seres humanos considerábamos que lo peor que nos podía pasar era perder a un ser querido, un puesto de trabajo, contraer una enfermedad grave, ser pasto de una catástrofe natural y, a mucha distancia, una subida de precios e impuestos.


Sin embargo, quien más o quien menos ya se ha dado cuenta de su enorme vulnerabilidad y, con ella, el miedo ha encontrado en cada uno de nosotros un buen refugio donde germinar.


A lo largo de la historia, los tiempos nunca fueron fáciles para nadie, aunque quizás sí alguna que otra circunstancia efímera y favorable que nos hizo llegar a pensar en más de una ocasión que todo estaba por hacer y que todo era posible. Pero era mentira porque nada estaba realmente en nuestras manos.


La vida nos aparta poco a poco de una pandemia que ha durado dos años y que ha trastocado los ánimos de una buena parte de la población, ha matado a otros, ha robado juventud a varios y ha pospuesto las ilusiones de aquellos que todavía consiguen mantener sus barcos a flote. Y, cuando la esperanza de una tregua comenzaba a sacar su patita por debajo de la puerta, una cruenta guerra de consecuencias inimaginables estalla en el corazón de Europa bajo la amenaza latente de sacudir el del mundo.


No tengo ni idea de lo que pasará en un futuro en esta tierra. Probablemente casi nada de lo que nos imaginamos y mucho, para bien o para mal, de lo inimaginable. Porque siempre ha sido así, de sorpresa en sorpresa como de oca en oca y, nosotros, las fichas de ese tablero, debemos movernos en base a decisiones superiores que se escapan de nuestro control.


En guerra el dinero se vuelve papel mojado, las joyas moneda de cambio a precio de saldo, las casas moradas vulnerables de las que lo mejor es escapar y los puestos de trabajo utopías de un tiempo pasado. Y, ante ese panorama, lo único que importa es lograr sobrevivir.


Con lo puesto, sin grandes pretensiones, con los ánimos desdoblados y la fuerza del instinto de supervivencia intacta; solamente un espíritu incansable, el deseo de que todo termine y un poco de suerte; conseguirán sacarnos de un atolladero que se viene repitiendo en distintas etapas desde que los seres humanos habitamos este mundo.


Intentemos evitar sufrir más de lo debido y, también, que los problemas que nos rodean se hagan mayores en nuestros cerebros, porque tenemos que vivir en y con nosotros mismos y porque, probablemente, más de una persona depende de nuestro ejemplo, decisiones y buen hacer. Tan solo por esto ya merece la pena el tratar de no perder el control sobre nosotros mismos y dejarnos arrastrar por un desánimo generalizado.


Debemos renovar nuestras expectativas por pequeñas que estas sean, tratar de mantener la mente entretenida y, sobre todo, evitar pensar en todo lo malo que nos puede llegar a pasar, fundamentalmente, porque carecemos de una bola de cristal, porque nada suele ser nunca como uno espera, porque esta vida solamente la viviremos una vez y porque en la capacidad de renovación personal se esconde una tenue ilusión que es, ha sido y será siempre el motor de un individuo capaz de reconstruir el mundo una y mil veces.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

Renovarse o morir

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