Rayos y truenos

Mientras escribo está tronando. Ya volvemos a “Cumbres borrascosas” después de unos días de sol que llevaron a nuestros amigos los del temblor climático a llenarse de ceniza el cabello, a llorar por el fin del planeta Tierra (como si hubiese sobre nuestras cabezas varias naves espaciales con intenciones malignas) y a tirar sopa, leche, tomates y demás variantes sobre cualquier obra de arte con algo de fama entre los demás humanos, ojipláticos ante la puntería de los integrantes de “Planeta vegetal” (parece el nombre de una tienda herboristería) o cualesquiera otros enloquecidos con ganas de hacerse famosos durante los diez minutos en los que la dirección del museo y los guardias que si te ven acercarte dos metros te gritan pero curiosamente cuando aparecen los Fruttis están todos en el baño o fumando un cigarrito.


En fin, son estos tiempos de delirio. Se acerca el Apocalipsis-no el climático-porque las señales así nos lo dicen: hace sol en enero pero luego llega febrero y llueve, truena y hace un frío del carajo. Debe ser ese frío y esos cambios de tiempo tan bruscos los que han llevado a un joven  a golpear con saña a todas las mujeres de una parada del metro en Barcelona. A una la tiró al suelo con una violencia inusitada, la pobre chica con sus cascos y su móvil acabó en el suelo con una lesión en el oído. Ahora hay cámaras en todas partes, nuestro Gran Hermano particular sirve para vivir en directo la violencia gratuita del personaje y su odio a todas las chicas que tuvieron la mala suerte de encontrarse en su camino.  La policía (que tanto celo demostró en la pandemia buscando paseantes por el monte, surferas rebeldes, gente sin mascarilla en una terraza o sentada en el lado opuesto del coche entre otros delirios) pues no ha mostrado tanto interés en un principio y ha dejado al ser de luz siguiendo su periplo en el subterráneo porque, total, ¿qué importan unas mujeres golpeadas y abofeteadas? Una menudencia. Una nimiedad. Pero ahí están las imágenes, el tipo indeseable cogiendo carrerilla para tumbar a una chica con sus cascos y su móvil, con su vida tranquila y su destino en la universidad o hacia su trabajo. Circulen, aquí no pasa nada, solo un impresentable que odia a las mujeres que no están a su servicio, tapadas y fuera de casa sin un varón que las acompañe. Ustedes ya me entienden. Por lo visto y dado el escándalo que se montó, los Mossos acabaron moviendo el trasero y detuvieron al improvisado boxeador de la parada, ante alguna que otra queja porque  “tampoco hizo nada grave”.  Así estamos, a merced de cualquier tarado que decida que le molesta tu presencia. Algo extraño pasa cuando normalizamos ese tipo de comportamientos e incluso culpamos a las víctimas.


El otro día a un señor que iba por la calle tan pancho le robaron un Rolex con violencia y ya pronto apareció el que acusaba al robado por salir de su coche o de su hotel o de su casa con un reloj. Habrá que llevarlos de arena para no provocar a sus majestades los amigos de lo ajeno. Tampoco móviles, que son el objetivo número uno, mejor unos vasos de yogur Larsa con un hilo de coser, el teléfono que nos hacían nuestros padres cuando éramos niños y no teníamos la suerte de tener un Walki-Talkie como los críos de “Stranger Things”. Al final los ciudadanos nos acabaremos cansando y haremos un Monte Alto.


Esperemos no tener que llegar a ir en el metro con armadura.

 

Rayos y truenos

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