Quiero ser como Schuster

Yo de cría no quería ser como Beckham, quería ser como Schuster. En aquella época que las chicas jugaran al fútbol no estaba bien visto: cuando te liabas a darle patadas a un balón al momento te llamaban pirucho, marimacho o incluso “La Raulito”, que era una pobre mujer fanática de Boca que había estado en un reformatorio, en la cárcel y en un manicomio en Argentina. En fin, los referentes no eran precisamente alentadores. Las chicas podían jugar al baloncesto, al tenis, al hockey hierba con esa faldita tan mona y especialmente al voleibol, que por lo visto era un deporte femenino y con braguita escasa. Todos deportes que los varones practicaban sin mayor problema y sin braguita escasa, pero…¡ el fútbol! Como el Soberano y el Floïd, eran cosa de hombres. Y aún así había un montón de chicas en el armario que querían ser como Pirri, Cruyff o Juanito. 
 

Yo quería ser como Schuster y como era rubia lo tenía fácil. Me costó mucho que mi madre me comprara una camiseta del Barça. En fin, Corralito siempre fue una mujer que controlaba sus gastos, así que subió al Mercadillo de los Mallos y se hizo con una elástica más falsa que las promesas de un político en campaña electoral. Luego conseguí que mis padres fueran al Karbo Club de Fútbol y que José Mañana, el entrenador, sintiese cierta simpatía por una tuercebotas torpe y zurda que vivía en El Castrillón. Bueno, en la Urbanización Soto, que era ese lugar desconocido para los Koruños de bien. Así que allá me fui, con mi camiseta y mi melena rubia a la Sagrada Familia a entrenar en el campo de gravilla. Los señores de la época se ponían a mirarnos como si fuéramos una obra sin terminar y alguno soltaba “a la cocina” con poco éxito, porque las piruchas siempre hemos tenido alma de barrio de tango, como La Raulito, y alguna podía meter unos mecos importantes al jubilado con ganas de jaleo. Era tantas las ganas que le ponía (y tan poco el talento, todo hay que decirlo) que acababa con los pies llenos de ampollas, como los peregrinos que cantan al llegar a Santiago como alegres pajarillos. Pero daba lo mismo. Yo quería ser como Schuster. Y aquello era lo más cerca que podía estar una cría coruñesa que jugaba en la calle “y para ser una chica no lo haces nada mal”, decían mis amigos. 
 

En el Karbo había jugado Lis Franco, que era un mito en el cole de Las Franciscanas y en el fútbol femenino. Alguien me contó un día que en las pachangas de periodistas algún señor no quería jugar con ella porque la que tuvo, retuvo, se los comía con patatas y las cosas no funcionan así. O por lo menos no funcionaban así en aquella época. Porque ahora las cosas ya funcionan. Funcionan tan bien que puedes ver en Labañou pachangas en las que una niña gitana con su melena negra al viento juega como un ángel y deja sentados a los chavales, funciona tan bien que el Depor tiene equipo femenino, funciona tan bien que al Madrid no le quedó otro remedio que comprarse unos Tacones, funciona tan bien que el Balón de Oro se vino para acá y funciona tan bien que hoy España está jugándole una final a la Pérfida Albión, con pantallas gigantes en María Pita, que velará con la lanza arrebatada al inglés por Tere Abelleira, la pontevedresa de alma blanca y azul, y por todas las jugadoras, las que están y las que no, para que tengamos una estrella dorada en el pecho. Y si perdemos da igual, acabamos de empezar y ya estamos ahí. 
 

Cuando yo era niña y quería ser como Schuster, ser futbolista profesional y jugar la final de un campeonato mundial estaba al mismo nivel que ser caballero Jedi: era imposible. Porque los Jedi eran hombres, igual que los futbolistas. Cuando Rey protagonizó las secuelas de Star Wars muchos mandaron a las Jedi a la cocina. Igual que ahora levantan la nariz y dicen “nadie ve el fútbol femenino”. 
 

Pues dos logros desbloqueados. Ya podemos ser Jedi y futbolistas. Y destruir el Imperio y jugar la final. De las Ibéricas F.C. a la selección finalista hemos recorrido mucho espacio-tiempo. Quien se lo iba a decir a aquella rubita que bajaba por la cuesta de Monelos para luego subir al Karbo. Hubiese creído antes en la inminente llegada de los extraterrestres. 

Quiero ser como Schuster

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