Clego a casa “temprano”, sí, así, entrecomillado, pero lo suficiente como para pensar que voy a dedicar un tiempo prudente para este artículo sin que me den las mil y que podré disfrutar de un ratito de lectura del libro pendiente para la cata literaria de noviembre, “Normas de cortesía” de Amor Towles.
¡Imposible! Llamadas escondidas en el móvil, WhatsApps que piden a gritos una contestación, e-mails personales que esperan pacientes ser escuchados… ¿Puedo hacerme la despistada y obviar esos toques? Puedo, pero termino cayendo en la tentación de dejar todo al día para que en mi cabeza no sigan dando vueltas las respuestas esperadas.
El tiempo se precipita hasta la llegada del silencio y entonces sí, entonces, inhalo, me preparo mi taza de roiboos-vainilla, mientras saboreo ese momento de calma, y exhalo las prisas del día, las turbulencias de la semana, las tensiones acumuladas. Me pregunto qué cuadro planetario habrá. Compruebo que todavía es Luna llena. En todo caso, no sé si hay orden ahí arriba pero sí parece que el universo se ha empeñado en desbaratar las rutinas y el orden que habíamos logrado. Como si las semanas en las que todo va como previsto no son más que una tregua frente a la próxima tormenta.
Se anuncia una nueva ola de cambios, de los que no parecen ser fruto de decisiones políticas. “El cielo está raro”, dicen unas personas, otras coinciden en una sensación de tensión que no terminamos de comprender. Me apunto a esa percepción. Astrología o no, el ambiente está como el cielo, dejémoslo en raro.
En el fondo, esta semana y sus vaivenes me recuerdan lo frágil que es nuestro equilibrio. Creemos que tenemos todo bajo control, sin embargo, es más bien una ilusión, ese oasis en el desierto. La planificación ayuda, aun así, las cosas no saldrán al 100 por 100 como esperábamos. La lección, si es que hay alguna, tiene como título “FLUIR”. Adentrarse en la corriente de esta sociedad líquida y no nadar río arriba. A veces el caos es una oportunidad disfrazada, una invitación a replantearnos lo que creíamos cierto.
Adiós a mi lista de tareas perfecta, esa que me gusta dejar cerrada al acabar el día. Lo imprevisto ha vencido. Resistirme y frustrarme lo empeoraría así que aquí estoy, escribiendo más tarde de lo previsto, sobre nada de lo que rondaba en mi cabeza como tema para esta semana. Aunque no ha sido fácil, en el desorden he encontrado, sin embargo, pequeñas joyas: una conversación inesperada, un proyecto ilusionante que no estaba en mi radar, una tarde de sol que me ha permitido contestar a algunas llamadas paseando.
Planetas o no, revoluciones o no, el caos forma parte de la vida y podemos convertir la revolución en evolución. Encontrar las respuestas que buscamos en medio del desorden, en el ojo del huracán.
Como escribía Haruki Murakami en Tokio Blues: “Constantemente intentas que la vida se adecúe a tu modo de hacer las cosas. Si no quieres acabar en un manicomio, abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida.”