El otoño koruño

Ya llegó el otoño.Los agoreros del tiempo, los próceres del clima, los Gretathumber del día a día, los estresados por la sequía, los ecoansiosos han bajado al desván los vestidos vaporosos hippies, las sandalias de tiras, los bikinis y bañadores (esa gente que se pone el gallumbo por debajo no cuenta como ser humano decente) la neverita y los acumuladores de frío y han subido el plumas, las botas de agua (que son tendencia) el gorrito de la lluvia a lo Paco Vázquez y los jerséis de lana. Porque ahora es tiempo de castañas, cocido con grelos, bolillo con repollo y queso con membrillo. 


Llegan el frío, las setas y los magostos pero los ecoansiosos han decidido que no tengamos un minuto de paz. Un temporal de menor entidad (aquí en Coruña hemos tenido verdaderas galernas capaces de estrellar contra los escollos el petrolero de un capitán borracho, como en una novela del siglo XIX) se convierte en un fenómeno extremo de la extremaunción extremada. Vamos, que llueve y hace viento como en cualquier otoño koruño que se precie. Caen ramas y las hojas revolotean (y resbalas con ellas en grácil caída), los contenedores se pasean liberados de su prisión y los paraguas se rompen al pasar la rotonda de Las Esclavas para que los reporteros de diversas televisiones los graben metidos en las papeleras. Es el otoño, amigos. Con ese aire que en Riazor te puede levantar y tirar como un Hulk sin rayos gamma. Días y días de lluvia, campos embarrados, perros con chubasquero a medida y esa gente (yo creo que son extraterrestres aunque vivan en el centro) que camina bajo la lluvia y parece no mojarse, siempre impecables, ni una gota en el pelo planchado que lo crespe y rice como al común de los mortales. No es un fenómenos costero de alerta máxima, que yo en mi ingenuidad de Boomer consideraría un tsunami, es el típico temporal de toda la vida, de aquellos que inundaban la Librería Molist y como el que hubo hace muchos años en una galaxia muy lejana el día en el que mis padres me llevaron al Cine Riazor a ver Star Wars. 


Se acerca el Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos, el Samaín, el Día de los Muertos, Halloween o como queramos llamarlo. Ese día en el que se difuminan las puertas entre los vivos y los que ya reposan, como en la noche de Walpurgis. Ese día que nos recuerda a todos que somos mortales, que no sabemos dónde estaremos dentro de una hora, o mañana, que somos un rayo de luz entre una eternidad oscura. Noches para rezar o disfrazarse, para leer las Leyendas de Bécquer (si fuese americano o inglés sería un autor de culto) o los cuentos de Poe, para comer huesos de santo, meditar sobre la brevedad de la vida o preparar las flores que llevaremos a los Fieles Difuntos en San Amaro. También para ver alguna que otra película de terror. Los seres humanos necesitamos enfrentarnos a la muerte y al monstruo que la representa y no hay mejores días que los del otoño. Eso sí, ojo a las setas. Un pequeño error y La Parca puede presentarse antes de tiempo.

El otoño koruño

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