Las Cartas al Director no son un simple apartado de opinión en los periódicos, tienen mucho valor en el panorama informativo de la sociedad. Son la vía directa para que los ciudadanos expresen lo que piensan, sienten y esperan de quienes los representan y constituyen una forma de participación y de vigilancia activa del poder. Por eso, son de obligada lectura ya que permiten tomar el pulso a la sociedad, identificar sus inquietudes y escuchar a quienes viven la realidad cotidiana más allá de los despachos y los titulares.
Muchas de esas cartas reflejan hoy una misma preocupación: el creciente clima de polarización política y social y la recuperación de las dos Españas; ven al Parlamento como “el escenario de espectáculos vomitivos”; condenan la incapacidad de los políticos para entenderse; y se avergüenzan de los casos de corrupción que erosionan la confianza en las instituciones.
Tema recurrente es la decepción con la clase política. No se trata solo de críticas puntuales, sino de una sensación más profunda: que no cumplen el mandato que recibieron de las urnas. Los ciudadanos expresan su frustración al ver cómo los partidos se enrocan en sus posiciones y olvidan que las urnas, además de otorgar el poder, otorgan también una responsabilidad que deben cumplir desde el gobierno y desde la oposición.
Muchas de esas cartas reflejan hoy una misma preocupación: el creciente clima de polarización social
Pero en estas cartas los lectores, además de críticas y sentimientos de frustración, también aportan ideas que encierran todo un tratado de principios para la gobernanza. Las palabras que utilizan son diálogo frente a la crispación, consenso frente a la imposición, propuestas frente a la propaganda, soluciones frente a la parálisis, resolución de problemas frente a la inacción, legalidad frente a los abusos… y erradicación de la corrupción y respeto al Estado de derecho. Más que conceptos abstractos, son exigencias que marcan el camino hacia una política verdadera al servicio del bien común.
Todo un programa que bien debería inspirar a los que hoy tienen responsabilidades públicas. Es la reivindicación de un modelo de gobierno que escuche, que construya, que corrija errores y que gobierne, recordando que el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar la vida ciudadana.
Cuando el ruido político lo invade todo, las Cartas al Director nos devuelven la voz serena, crítica y esperanzada de los ciudadanos. En ellas hay desencanto, sí, pero también un compromiso con la democracia y un deseo legítimo de ver crecer un país más unido y mejor gobernado. Escuchar esa voz y actuar en consecuencia es el primer paso hacia ese país que todos seguimos soñando.
Lo triste es que, viendo la realidad, hay que tomar todo lo dicho hasta aquí como puro divertimento de salón porque nada cabe esperar de estos políticos que, decía don Ciprián de Penalva, “siempre van a lo suyo”. Tristemente.