Incluso para quien no quiere verla, la guerra es evidente y muy notoria. En la Franja de Gaza acaban de cumplirse seis meses desde el inicio de un asedio que sigue en curso. Israel declaró una guerra contra Hamás en respuesta al sangriento ataque del grupo islamista el pasado 7 de octubre. Pero en su ofensiva de respuesta es la población civil palestina la que hace frente a la destrucción de su territorio, la que afronta el hambre y desafía a la muerte día a día. Las personas que han muerto son tantas que ya nos hemos abstraído del número y de la tragedia.
Guerra, ofensiva, asedio y destrucción. Está todo hecho de palabras. Casi todo lo que edificamos, lo que derribamos, lo hacemos con palabras: PAZ. ¿No sería también posible alzar una morada de concordia con el lenguaje?
Ando buscando la comprensión de lo que acontece en la literatura, quizá por ello defiendo tanto su utilidad, más allá del entretenimiento, más allá de su belleza estética: la literatura de ficción es un descubrimiento de lo que somos como seres humanos. La buena literatura es la que nos confronta, la que nos revoluciona por dentro porque nos formula interrogantes, porque nos siembra dudas, pero también la que nos hace saber que la realidad ahí fuera es mucho más compleja.
Supongo que les cuento esto porque recién terminé de leer La nieta, del escritor alemán Bernhard Schlink, publicada en 2023 por Anagrama. La novela me tuvo días reflexionando sobre el difícil proceso de reunificación alemana, en un viaje de pasado y presente que todavía muestra su herida. Entiendo que el autor de El lector, otra vez me estaba recordando que vivimos con nuestra memoria como elemento clave del presente: la historia no pasa en vano por nosotros, nos afecta y nos confiere identidad.
Es cierto que tan necesario es olvidar como recordar, ¿no creen? ¿No creen también que nos estamos viendo abocados a una hostilidad creciente? Será la distancia la que nos vuelve indiferentes. No dejo de pensar en que también este presente atroz que vive hoy el pueblo palestino lo convertiremos en otro pasado inmediato, en otra herida. Siempre tenemos pasados cercanos que superar, mientras perdonamos y nos perdonamos. Luego tendremos a la buena literatura, a los grandes escritores que tienen, decía Marcel Proust, el deber y la tarea de ser también traductores, traductores de la vida. Llegará la literatura que le pondrá rostros a la historia, la que nos confrontará con lo que como seres humanos hicimos. O no hicimos.