Los libros de Purita Campos y dibujarme pecas para parecerme a Esther. Los sábados de cine en la calle Alba. Bajar tarde a la parada de autocar y coger un tren para llegar al colegio. Los rizos imposibles de mi amiga Sandra. Eros, no el Dios, el italiano que cantaba Una historia importante. Montar en bici a toda velocidad y remangarme la falda del pichi, dos vueltas, dejando a la vista mis rodillas, que hoy te visto con tus libros caminando, con tu carita de coqueta. Colegiala de mi amor. Los ojos azules como el cielo de mi profesor de inglés. Las pipas con sal y las gomas afrancesadas atadas a un árbol. La puerta entreabierta del pasillo y mi curiosidad escondida por El pájaro espino. La carpeta repleta de frases imposibles y la vuelta en ruta del instituto, cuando todo era eterno y parecía imposible llegar hasta aquí. Llegar hasta ahora.
A veces sueño con robarle un día a mi vida adulta y tener la conciencia perezosa.
Esta cita, en Canciones de amor a quemarropa, el libro con el que en su día debutó Nickolas Butler: «La palabra melancolía puede sonar dramática, pero a veces es la más ajustada. Es cuando te sientes a la vez un poco feliz y un poco triste». Es lo que muchas personas sienten el último día de instituto, imagino, o cuando ves a tus hijos subirse al autobús escolar por primera vez.
Otro otoño alcanzaremos a finales de esta semana. A estas alturas del calendario, siempre me reafirmo en cuánto lo echo de menos. El otoño es mi estación favorita, me mantiene recogida, abrigada, al calor de los que amo. Será también que me gusta pasearme con la añoranza, porque tiene forma de reflexión y la intensidad del anhelo.
Cada año que pasa me rumorea la nostalgia de ir creciendo y pienso en cuánto hay de nosotros en el cielo que respirábamos, en cómo de importantes son las personas, los lugares, las lecturas, los olores y hasta las canciones que han sido testigos de nuestra vida.
Leo en estos días Esto es todo, C’Est Tout, de Marguerite Duras. El lomo rojo de este libro se asomó mientras yo paseaba la biblioteca, como si no quisiera quedarse excluido de mis elecciones, como si quisiera anticipar mi melancolía: «Te amaré hasta mi muerte. Voy a tratar de no morir demasiado pronto. Esto es todo, todo lo que tengo que hacer». Me atraviesa. Es Duras, cuando anticipaba el fin de sus días, indagando en la palabra y el amor, pisando antiguas calles, conversando con lo que no se ve, con lo invisible, rememorando otros tiempos.
Decía Marguerite Duras que una buena lectura «debe partir de la fuente y seguirla hasta la reserva de su agua» para que pueda producir algunas verdades, no de fachada, sino íntimas. Permanentes.
Bienvenido otoño.