Lo llamaré reposo

Lo llamaré reposo. A fin de cuentas, ¿qué tan catastrófico es una inundación en Libia, si ignoramos la identidad de sus veinte mil muertos? ¿Qué puedo decirte del vacío que acomete a los vecinos de Marruecos, si las cifras no son tan terribles, si son sólo unos tres mil desconocidos los que han dejado de respirar este cielo? ¿Qué te digo del papel descomunal del clima en estas catástrofes? ¿Qué puedo decirte, por tanto, de lo que sigue aconteciendo en Ucrania, a pocas horas de un vuelo?


Cuando la distancia anida en nuestra indiferencia, qué miedo. Mientras tanto nos traducimos, eso parece importante, mientras tanto nos olvidamos de los que olvidan y los que olvidarán, eso no parece tan relevante. ¿Qué no es suficiente un día, el pasado 21 de septiembre, para hablar de Alzheimer? Más tiempo dedicamos a malbesarnos.


Si detrás de cualquier tormenta, tú y yo regresamos sin aspavientos a nuestro quehacer habitual, si nos enredamos en nuestra cotidianeidad como si nada de lo que hiciéramos, o de lo que no hiciéramos, no influyera en el mundo que habitamos.


Subrayé esta frase leyendo a Mary Oliver: «Percibir el mundo como entidad redonda requeriría algo más— ¡erguirse!—, algo que aún no había sucedido».


Ocurre que hace unos días asistí a una charla sobre literatura donde se comentaba la importancia del arte y la literatura en nuestras vidas, de cómo al menos nos conectan con paisajes e historias remotas que no lo son tanto: alcanzan las alegrías, también las miserias, a los lugares más inhóspitos, «pero que largas son las distancias cortas». Ocurre que hablamos de la importancia de los libros que leemos, pues leer no es un pasatiempo más. Me temo que cada vez vamos a necesitar más del conocimiento para combatir lo que sobreviene. No puedo dejar de pensar mientras les escribo en Boris Pasternak, dijo: «Los tiempos no tienen en cuenta lo que soy, me imponen lo que se les antoja. Permítame que ignore los hechos».


Nunca amanece de la misma manera, no pienso igual hoy que ayer, no igual que hace diez, veinte años atrás. Sigue edificándose mi criterio. Lo del reposo de este inicio es porque apagué la televisión. Seguro que me enteraré igual de lo que suceda en el Congreso, estamos infoxicados con una sobrecarga de información que abruma y cansa y desemboca en hartazgo, igual es por eso que ya no distinguimos lo que es importante.  Se me punza el corazón, ¡no quiero lazos ni banderas! ¿Qué tan catastrófico puede ser que desnuden a nuestras hijas con IA? ¿Qué cuántos más deben llegar a las costas en pateras a la deriva? Por favor, me recetaré cualquier libro que me salve, ¡resistiré entre letras! Me disculpan, escribí esta columna tarde, con ojos de lechuza, que hay pensamientos que no soportan la luz diurna. Y ahora recuerdo esta cita de Michela Murgia: «Quién tiene dos dedos de frente sabe que los consejos hay que buscarlos de día entre los despiertos, porque cada nuevo amanecer es una emboscada de la que uno debe defenderse como pueda». Defiéndanse como puedan, pero no se dejen dormir.

Lo llamaré reposo

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