Gloria García Lorca, en la galería Vilaseco

La galería Vilaseco ofrece la muestra “ARDORA” de Gloria  García Lorca, sobrina del insigne pintor granadino. Durante el exilio de su familia nace en Nueva York, en 1945, donde estudia  Literatura y Arte, en el Sarah Lawrence College. En 1967 retorna a España, en la que desarrollará su carrera artística y, a causa de su matrimonio con el arquitecto gallego Estanislao Pérez Pita, que construirá una casa en Corrubedo, encontrará en Galicia una fuente de inspiración.


La obra que ahora presenta nació de esa observación de la luz, al jugar sobre las olas atlánticas, y cuyo título hace referencia a la fosforescencia que se produce en la superficie del mar, al agitarse las aguas durante las noches de luna, que es cuando nuestros pescadores practican lo que llaman” la escurada”. La visión de ese fenómeno en el verano pasado, en la playa de Corrubedo, dio pie a estas creaciones abstractas que compone a modo de enrejados de tonos grisáceos, por cuyas grietas o rendijas busca abrirse paso la luminosidad. En algunas de las piezas, usa ritmos quebrados y ondulantes que sugieren el movimiento de las ondas. Otras obras, en cambio, son cuadrados oscuros que transmiten la sensación de aguas atrapadas y quietas y cuyo halo azul o, a veces, rosado, sobrenada apenas por los laterales y los intersticios y ranuras; encontramos en estos cuadros una cierta semejanza con el suprematismo de Malevich, sobre todo en su idea de que las formas plásticas: líneas, masas, colores, etc son motivadoras de emociones puras. Gloria nos sitúa ante estas celosías como si lo hiciésemos ante un obstáculo que nos impide ver lo que hay detrás o, lo que es lo mismo, nos deja con la pregunta temblando ante el misterio y la pura antítesis de la sombra y de la luz.


La pieza clave de la muestra es el enorme mural  de seis metros de largo que la preside y que llena toda una pared, en el que hay un gran plano central  gris de bordes curvos rodeado de planos rectos en rejillas verticales, a modo de bandas paralelas que se van entrecortando, lo cual produce una sensación rítmica de encuentros y rupturas y también de juegos de luz, porque alternan las partes oscuras, de gris plomizo con otras gris perlino, casi blanco, con unos pocos  toques, a modo de reflejos coloreados, de azul, verde y tierra. Toda su obra nos sitúa como ante el umbral de una puerta enrejada que quisiéramos traspasar para poder ver eso que está detrás y que, además de ser inasible, propone profundidades de vértigo  y sugiere el anhelo de arder en la ardora anímica, que es la motivadora auténtica de toda manifestación artística; la ardora natural que ella vio no ha sido más que el fenómeno inspirador que originó una pulsión inquietante, abrió resquicios de su alma y preguntas que se transformaron en pintura  de composiciones libres y abiertas y en un mural de teselas cerámicas que dialoga con el espacio vacío. No puede haber anécdota, ni representatividad,  porque de lo que habla es de la energía atrapada y de los latidos de la llama cósmica que alienta en todo pensamiento humano.

Gloria García Lorca, en la galería Vilaseco

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