Espíritu propulsor

En líneas generales y a mi humilde juicio, hay dos tipos de personas oprimidas.


Por una parte están las que son machacadas por un tercero y, tras semejante afrenta, deciden quedarse lamiéndose sus heridas.


Por otro lado, están aquellos que, aún habiendo sido vilipendiados, son capaces de levantarse haciendo acopio de una fuerza inusual.


Decidir uno u otro camino suele estar más ligado a la forma de ser de cada cual que a una elección personal.


En cualquier caso, se identifique usted con el grupo con el que lo haga, debe saber que pasarse el resto de su vida llorando sus penas y victimizándose, solo logrará magnificar lo sucedido y alejar a un personal que, a la vista de las desgracias acaecidas en el mundo actual, suele tener pocas ganas de contaminarse con los males ajenos.


Por el contrario, aquellos seres capaces de sacar la cabeza de debajo del agua –a pesar de recibir una aguadilla tras otra–, sin pretenderlo, suelen acabar convirtiéndose en referentes de otros, por lo que no solamente curan sus propias heridas, sino que también evitan que se descarnen las de otros sufridores.


Las personas capaces de dañar a otras de forma intencionada, además de tratar de esconder sus debilidades bajo una débil capa de chapa y pintura, son mezquinas… y la mezquindad es como un tren con billete de ida y vuelta. Es pensar que subestimando a tu contrario te engrandeces a ti mismo, cuando en realidad y con el transcurso de algo de tiempo, muchas veces acaba sucediendo justamente lo contrario.


Desde estas líneas animo tanto a los sufridores que aceptan su suerte como a los que se revuelven contra ella, a que trabajen la capacidad de percibir a su enemigo como un pobre diablo y a que tengan la paciencia –como señala el proverbio chino– de esperar en la puerta de sus casas a ver pasar el cadáver de su enemigo… sin rabia ni resquemor, sin pena ni dolor. Solamente con esa necesidad de encajar las piezas del puzzle vital de cada cual.


Y, como recomendación final, a aquellos que sufren les diría que todo pasa y que a cada cerdo le llega su San Martín y, a los que hacen sufrir, que tengan cuidado con la oportunidad de propulsión que le están otorgando a su víctima… Porque, en realidad, no tienen ni idea de si esta es de las que lloran sus heridas de por vida si, por el contrario, se trata de una de aquellas que son capaces de convertir el dolor en una fuerza motor que se acabe estrellando contra su adversario. Así que, por lo que pueda suceder, les recomiendo que antes de dañar piensen y recuerden, tal y cómo repetía mi abuelo, que Dios escribe derecho con renglones torcidos.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

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