Dubái

Nuestros amables dirigentes se han pillado sus jets privados, sus coches de altísima gama, sus criados, sus consejeros, sus peluqueros, sus ayudantes, sus mayordomos, su seguridad, sus mujeres o maridos, sus amantes y demás ayuda existencial y se han ido a Dubái a pasar calorcito (bueno, no mucho, el aire acondicionado ira a todo trapo si alguno de nuestros amables dirigentes pasa algo de sofoco) y a discutir entre ellos entre risas como pueden expoliar todavía más a la clase obrera a la que ya consideran como una vaca lechera ordeñable  de mil formas diferentes.


Allí reunidos, comiendo de forma opípara y sin cortarse en el consumo de carnes y pescados, fruncen el ceño como personaje de Harry Potter, se suben al estrado y de forma muy “Deeply concerned” imaginan nuevas formas de tocarte las narices: prohibir el vehículo privado es lo que más les excita. Ellos solos viajando por el mundo sin nadie que moleste, esos pobres diablos malolientes que esquilman los recursos; prohibir los vuelos baratos de forma que por el cielo solo haya aviones de ricos con caviar, trufa blanca y Dom Perignon. Como en la pandemia, en la que los políticos de todo el planeta y todo pelaje hicieron todo lo que les dio la gana cuando les dio la gana mientras impedían que hasta un crío con TDA pudiese salir de casa con el beneplácito de los policías de balcón, seres enloquecidos que querían impedir el uso de la Seguridad Social a cualquiera que saliese del supermercado con dos cervezas o que fuera a una panadería a dos kilómetros de casa. Nuestros amables dirigentes cuentan con que funcione la servidumbre habitual y piden nuestro dinero y sacrificios mientras ellos se llevan a la boca otra tostada con huevas de esturión.


Comentan que hace calor y claro, lo hace en Dubái, igual en Edimburgo no tanto, y que no hay planeta B (hasta que pase eso de los cohetes y los ricos) así que tú, trabajador de dos horas en metro ida y dos de vuelta, tendrás más tasas y más impuestos que en nombre del clima climático irán a parar a los bolsillos de muchos personajes siniestros disfrazados de ecologistas, igual que mascarillas y vacunas sirvieron para el enriquecimiento de muchos de esos personajes que no se molestan siquiera en esconder el percal. Tu coche contamina, destruye, mata y horroriza a los pobres gorrioncillos, sus coches no hacen nada de eso. Tu vuelo relativamente asequible a Venecia al año para ver la belleza es una vergüenza, sus vuelos a Dubái a todo lujo son una bendición para el clima y la capa de ozono (esa capa que destruíamos sin mayor remordimiento las mujeres con la laca y de la que nunca se volvió a hablar).


Te miran con condescendencia si dudas cuando afirman que la corriente del Golfo va a golfear y a darse la vuelta y pararse en plena rebelión climática, aunque muchos de ellos no sabrían situarla en un mapa.


Y siempre ponen a un oso polar en un trozo de hielo como si estuviera a punto de llegar a Valdoviño por culpa de nuestras calefacciones como si no pudieran nadar los osos nadar a su placer buscando foquitas tiernas.


Siempre hablo de aquel escritor que paseaba por Roma con toda la calma y disfrutando (y contándolo) mientras los propios romanos no podían salir de casa por culpa de las medidas contra el COVID. Así estamos, en una Europa al albur de las decisiones absurdas. Pero nos estamos cansando de la hipocresía, von der Leyden. Nos estamos cansando y mucho. 

Dubái

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