Desodoro político

El hombre, al contrario que otros seres de noble talante y sublime belleza, el galgo, pongo por caso, se embrutece en la medida que lo hace su mundo, invirtiendo en maldad los rasgos de bondad, en torpeza los destellos de inteligencia, en pereza su poca diligencia, en rencor su escasa generosidad. Se convierte en aquello que lo oprime y no halla mejor modo de liberarse de esas cadenas que acomodarse a esas terribles reglas a fin de hacérselo pagar a aquellos que los tengan que padecer.


La regla no se cumple en la mayoría de los casos. Pero de todos ellos, el que más daño causa es el que se produce en el ámbito político, de partido, concretamente. Primero, porque es un medio donde el hombre ingresa con el objetivo de cambiar ese estado de cosas que embrutecen a la sociedad y segundo, porque cuando este hombre tiene la oportunidad de resarcirse del daño ocasionado es el momento en el que alcanza el poder y en ese momento, sus ciudadanos pasan a ser presas de esa maldita inercia.


Todos, es cierto, somos responsables del embrutecimiento del hombre, pero no es menos cierto que aquellos que lo hacen en ese ámbito no tienen ningún derecho a obrar así, porque es el suyo un ejercicio voluntario y en atención a esa circunstancia está en su mano alejarse de esos modos.


Deberían, por tanto, comenzar a desaparecer, sino los partidos, sí las nuevas generaciones, porque en ellas no se forman gobernantes, sino resentidos y tunantes.

Desodoro político

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