Democracia y transparencia

La política, nos dicen, es una actividad ardua en su práctica, cuasi secreta en su ejecución, sostenida por complejos mecanismos y sofisticados protocolos. Y que esos cuidados no obedecen al capricho del actor sino a la exigencia de su esquiva y delicada naturaleza.


Nos la explican de ese modo para que, al nuestro, entendamos que no entendemos. Y lo hacen aquellos que viven de ella, los profesionales de ese quehacer que no debería ocupar al hombre más tiempo que el de obrar en atención y cuidado de la sencilla y transparente urdimbre de los sistemas democráticos.


Es cierto que elementos decisivos en su singularidad, como es el voto, es secreto, pero, lo es porque vivimos en un mundo en el que impera la intolerancia, el sectarismo y el más flagrante desprecio por el pensamiento ajeno; porque votar es decidir sobre aquellos que nos han de gobernar a todos y en esa tarea, cada uno habría de ser respetado y valorado, nos guste o no, porque es su decisión no nuestro gusto o parecer.


El secretismo solo tiene sentido cuando se practica en ámbitos diplomáticos y solo en esas ocasiones en las que se trata con dictadores, corruptos o delincuentes.


La democracia es transparente, la política, su transparencia, de otro modo se convierte en su antítesis, como es el caso de estas reuniones, monclovitas, bruselenses o ginebrinas en las que impera el oscurantismo, elemento que niega el más elemental rasgo de la naturaleza democrática.

 

Democracia y transparencia

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