Cuestión de respeto

Dejando a un lado la asociación natural de la palabra respeto al miedo de toda índole, en mi opinión, su significado real está estrechamente vinculado a la buena imagen propia que proyectamos en los demás y, que por tanto, estos tienen de nosotros.


Ser respetado y, por ende respetable, está muy ligado a tener una trayectoria intachable de estabilidad y superación personal. Al margen de las estupideces que, en algún momento y como humanos, hayamos podido cometer cuando nuestras cabezas todavía estaban desamuebladas a nivel emocional, psicológico o de simple madurez; una persona respetada es alguien de conducta derecha y principios coherentes. Por ello, lejos de producir miedo o tensión nerviosa en los demás, la persona respetada suele acabar gozando de la admiración de aquellos que le rodean y, sobre todo, de los que lo conocen en profundidad.


Pero más allá de lograr el respeto ajeno, existe en este deambular llamado vida una imperiosa necesidad-desconocida para muchos-, de conseguir el respeto propio. Algo que sin ningún atisbo de duda nos aleja de la mediocridad, nos devuelve la tranquilidad de conciencia y nos eleva de las petulancias que envuelven a aquellos que, no habiendo logrado su propio respeto, pretenden que otros se dobleguen ante ellos.


Si ser respetado es necesario para casi todos, respetarse a uno mismo es la clave para poder ser feliz. 


Lejos quedan matices como ganar ingentes cantidades de dinero, relacionarse con los poderes o ser adorado por las masas. Quien se respeta a sí mismo se cuida, cuida lo que dice, lo que piensa y lo que hace, con total independencia de lo que tenga, lo que anhele y lo que espere.


Una persona que se gana su propio respeto es alguien que suele haber vivido en sus propias carnes inmensas dificultades y que, sin embargo, no solamente se las ha echado a la espalda, sino que ha aprendido de ellas y las ha transformado durante un tiempo en fuerza motor, para acabar sonriéndoles por la oportunidad que, sin saberlo, un día le dieron de cambiarlo todo.


La diferencia principal entre el que se respeta a sí mismo y el que no lo hace, no es más que una cuestión de aprovechamiento de oportunidades. El que es capaz de ganarse su propio respeto, a duras penas logra subirse a un carro que jamás volverá a soltar; mientras que el que no siente respeto por sí mismo se subirá a varios más.


Si nos queremos, nos respetamos a nosotros mismos y no nos dejamos llevar ni por el cansancio ni por la desazón. Tenemos claro lo que tenemos y lo que queremos y tratamos de trabajar por un fin que siempre suele lograrse, aunque para llegar a él haya que zambullirse en algunas piscinas equivocadas o perderse más de una vez por atajos que nos acabarán llevando a nuestro destino.


Pero no desfalleceremos. Nadie logrará que dudemos de nosotros mismos, de nuestros objetivos, ni pondrá en juego nuestros principios y valores. Y no lo hará porque seremos tan inamovibles a la tentación de la rendición como un muro de piedra.


Respeten y, sobre todo, respétense. Traten de hacer las cosas bien según saben y luchen por aquello en lo que creen, aunque preparados para ser interrumpidos en más de una ocasión. Pero, mientras pelean en la buena dirección, compondrán el engranaje de un mundo mejor.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

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