El zoco

Hace ya algunos años estuve en Egipto. Eran otros tiempos. Me acuerdo de que íbamos un tanto “acongojados” por el atentado en Deir el-Bahari, pero no nos pasó nada y salvo algún brote de diarrea del viajero, que mantenía a los excursionistas ojerosos y debiluchos, el viaje transcurrió sin incidentes. Una de las cosas que aprendí en la visita es que en esos países hay que saber negociar. 


En esos zocos espectaculares y coloristas no puedes llegar y comprar lo que te gusta, hay que regatear o el vendedor se sentirá traicionado. 


El arte del regateo es algo que mi santa madre dominaba desde niña, pero yo, más simple que el salpicadero de un SEAT Panda de segunda mano, siempre he sido totalmente incapaz de manejar. 


Algo así le pasa a nuestro guapo presidente del gobierno en funciones, Pedro Sánchez, también apodado por odiadores y fans como PerroSanxe. Pedro se ha ido al zoco a negociar la investidura y ha sido un poco como yo, incapaz de regatear. Yo me imagino el diálogo con Puigdemont como algo parecido a: “Mira, querido Pedro, yo quiero la amnistía, la condonación de deuda, la coronación en la Catedral del Mar, un fielato a la entrada de Tarragona, once mil vírgenes, cero impuesto al Cava, prohibición del champán, adhesión de Valencia, sacrificio de seis falleras, obligación a todo este nuestro estado español de celebrar una calçotada al mes, eliminación de las Copas de Europa al Real Madrid, liga ex aequo al F.C.Barcelona y al Girona sin jugar, Balón de Oro eterno al Piqué y dos huevos duros” mientras despliega todo el legajo de peticiones y Junqueras le muestra una pluma y tintero a lo Rey de Inglaterra. Nuestro Pedro, con un gesto de mano al aire y un guiño breve pero intenso, coloca su manto de armiño, le pide a Yolanda la Eterna que sujete el cetro un momento (yo no lo haría), coge la pluma procurando no mancharse y firma con cierto desdén las piticiones, que diríamos aquí. Luego recoge el cetro (aquí se produce un rifirafi, que también diríamos aquí, con Yolanda, que se soluciona con un par de ósculos consentidos, por supuesto) y pide a los heraldos que despidan a ese señor de pelo medievalista y dejen entrar al siguiente peticionario como si el gobierno fuera la hucha del Domund. 


Y así, entre vítores y donaciones, Pedro va asegurándose cuatro años más de gobierno, los ultramegafachas salen a la calle a protestar, un coruñés se va a manifestar la sede del PSOE (seguro que los otros se fueron con sus banderas a la Av. de Oza y se encontraron con la sorpresa de que ya no está allí), los del Bloque solicitan a Vuecencia que se rebajen las tarifas de la autopista del Atlántico (antaño “Navallada na Terra”) sin acordarse de que A Galiza lleva meses con la autovía cortada en Pedrafita y un AVE que se queda en Ourense con pereza de andar más y Feijóo llora y se lamenta mientras mira su colección de jeringuillas de metal, de un tiempo a esta parte un tanto desaprovechadas. 


Y así estamos, con zocos, algaradas, banderas, cargas policiales, negociaciones de poca intensidad y un clima que no nos deja poner las botas de ante para manifestarnos. Llueve y llueve, detrás de los cristales. Menos mal que nos queda Loki para evadirnos un rato de este valle de lágrimas. 

El zoco

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