Amig@s atemporales

Verano, desconexión, lecturas, viajes y sobre todo tiempo con amigas y amigos. Y leo por ahí que se está produciendo un fenómeno bautizado provisionalmente “recesión de la amistad”. Tendencia que se ha agudizado con los cambios de hábito y estilos de vida que trajo la pandemia. Según el psicólogo y médico de familia Sebastian Tong, “estaríamos asistiendo a un preocupante declive de la amistad como institución y como concepto”. Quizás porque las amistades exigen de un tiempo que últimamente resulta un bien escaso. Pero poco encajan en mi entorno más cercano estas observaciones.
 

Mis estancias por el mundo, los muchos colegios visitados y los múltiples trabajos asumidos me han permitido conectar con personas muy distintas e ir tejiendo una malla de seguridad, una red de apoyo que no sabe de distancias, ni de tiempos, incluso de constancias. Hay amistades de hoja caduca y otras perenne, conviviendo en nuestro jardín de relaciones sociales. Una parte de la población no recuerda cómo era el mundo antes de que Internet se afianzara en nuestra vida. Todo cambió con la llegada de Skype, Facebook y WhatsApp… Se acortaron distancias. Nuestra pequeña ventana vital se ensanchó y empezamos a recibir información de manera continuada… Y lo que fue aún más interesante: teníamos la oportunidad de conocer gente nueva. La tecnología nos permitió con todas esas aplicaciones establecer lazos de múltiples maneras. Pero eso sí, esos vínculos suelen ser lo bastante débiles como para desanudarse en cualquier momento. Los lazos virtuales sirven para momentos específicos y urgencias, pero a las amigas como a los amores -son otra suerte de amor- hay que tocarlas, hacer cosas con ellas, escucharlas en el mundo real. Observar su mirada, oír sus risas y llantos, sentir su piel. No requieren de constancia, pero sí de presencia, cuando se está, se es juntas. 
 

El fin de semana pasado ha tenido mucho de todo ello. Viaje al sur de Galicia para recordar territorios de infancia con amistades recientes. Soñar entre Godello y Godello, con libros que tardan en aterrizar entre Javier y Javier. Disfrutar de un proyecto tan personal y cercano como el Festival “Música no Claustro” de Tui con amigos como Samuel, Bea. Recordar momentos compartidos con Marisa, Matilde, Elías. Tertulias nocturnas al pie de la catedral rememorando mil aventuras con Mani, Marta. Y risas, muchas risas que lo curan todo. Sentir incluso las ausencias presentes. Amistades todas (a)temporales. Atemporales porque no pasa el tiempo y siguen estando ahí a pesar de las velocidades con las que “consumimos” la vida. Atemporales porque hacen que el tiempo se disfrute de manera intensa, a veces como el vuelo de un colibrí, otras como el sabor de la cocina  de la abuela, a fuego lento. La reciprocidad es uno de los ejes vertebradores de la amistad. Una relación de ida y vuelta, de vida y vuelta diría yo, de dar y recibir. La amistad habla de compromisos sin exigencias. De igualdad desde las diferencias que se traducen en códigos compartidos. De confianza y respeto. Como decía Albert Camus “No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo”.

Amig@s atemporales

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