Tú y en ti

Afirma A. Pope en su “Oda a la soledad”: “Feliz el hombre cuyos anhelos e inquietudes/ se encierran entre unos pocos acres paternos, / contento de respirar el aire de su infancia, en su propia tierra”. 


Sencilla petición: unos pocos metros de tierra en su tierra materna, esa en la que late aún viva y pujante la impronta familiar de los días de infancia. Un humilde pedido que no se le debería negar a nadie, que debería estar al alcance de cualquier hombre, sin embargo, es y ha sido un imposible para la inmensa mayoría, porque en su mayoría se han extraviado de esa dulce estancia para establecerse allí donde les condujo la conveniencia de su propia ambición y la de los ambiciosos que dicen nutrirla. 


Ganarse la vida, afirmamos, conocer mundo, nos decimos, buscar fortuna, medrar, añoramos. Dicho así, qué puede haber de perverso en ese afán, a la postre, proclamamos. La tierra es de todos y todos tenemos derechos a asentarnos allí donde nos plazca. Pero cuidado, esa tierra de la que tomamos posesión y explotamos es justamente la tierra a la que hace referencia el poeta: “Esos pocos acres paternos en los que alienta la existencia, pacífica y digna, de otros hombres, al extremo de ser capaz de colmar en ellos anhelos e inquietudes”. Esa de la que otros hombres se apropian sin sentir ese apego y con el solo objeto de medrar, de hacer fortuna, de conocer mundo, desconociendo el propio y en esa terrible orfandad destruyendo el ajeno.

Tú y en ti

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