Ser ellos

Permanecer atado a una perversión corrompe la poca o mucha virtud que pueda atesorar una idea, una voluntad, una resolución, una nación, un dios. Y es así porque, lo perverso, atiende a criterios inamovibles de la condición humana, a esos mismos a los que la virtud busca encauzar en un quehacer digno, la civilidad. Esfuerzo sin fin que busca torcer la animalidad del hombre en el afán de que prime sobre ella lo humano, elemental factor de inanimalidad que sueña desembocar un día en el más perfecto y armónico de los destinos, ese en el que el hombre sea el único objeto de culto y adoración, la humanidad.


España no ha gozado de grandes oportunidades fraterno-solidarias y en la que nos ha brindado estas décadas de democracia, no ha podido cuajar en esos principios por mor de tener que caminar de la mano de una perversión, el nacionalismo “acaparatista”. Modo de estar y hacer política alejado de una idea radical de segregación de ese territorio por la fuerza o por la acción política, sino la permanencia ventajista de rentabilizar esa adhesión bajo la constante amenaza de independizarse, sin ir más allá de la pataleta o el ensayo institucional y cuasi constitucional que vimos no hace muchos años y que es ahora objeto de ominosa amnistía. 
Al lado de esta perversión, poco a o nada pueden esas esenciales virtudes, pero ahora, paradógicamente, el drama no está en que no quieran ser nosotros, sino que estamos obligados a ser ellos.

Ser ellos

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