A propósito de Alfredo Conde

A propósito de Alfredo Conde
Alfredo Conde / Javier Alborés

Tiene mucho de alaricano, que es su ilustre tribu, con una cierta mezcla de ourensanía, de la que es predilecto hijo, y de pontevedrés juvenil. Todo lo recuenta en una espléndida madurez en la que según me reconoce que los años es bueno cumplirlos y, en cierto modo, malo soportarlos.

 

Tras escribir mucho -unos cuarenta mil artículos, muchas buenas novelas y cuentos de éxito-, ser propuesto en varias ocasiones al Nobel, recibit galardones como el Nacional de Literatura, Nadal, Grinzane Cavour, el Blanco Amor, el Chito o el Guimaraes, en periodismo el  Julio Camba, el Fernández Latorre y, a escala social, el de la Crítica o la Medalla Castelao; después, digo, de ser traducido al ruso, al italiano, al chino, al francés o al inglés, sé que a Alfredo Conde como mejor se le entiende es en su barroquismo regustado, en ese gallego o castellano fluidos, de rico léxico, en el román paladino de su libertad expresiva y en el narrar de su contundente memoria.

 

Alfredo Conde es capaz de transitar por una biografía de intensidades abisales, tras navegar por tres matrimonios, por sedes parlamentarias, consejos de administración televisivos y de ser, en lo fundamental, independiente, incluso en sus afiliaciones al comunismo o al socialismo, por los entendimientos cariñosos o cómplices de su padre de izquierdas y las broncas de su abuela o sus tíos franquistas, e incluso, si me lo permite, emancipado de la propia vida cuando esta es vulgar.

 

“No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”, como decía Arthur Schopenhauer. Ese no el caso del marino y autor de libros muy relacionados con Eolo, como el Griffon, una criatura con capacidad de vivir en el tiempo y en el espacio que quiera, o “Un Vento que pasa”, o la lluvia, o los personajes múltiples nacidos de una imaginación prodigiosa o de la propia Historia.

 

Alfredo ha transitado por el Marqués de Sargadelos - que bello título el de esa novela “Azul Cobalto”-, o a Fraga, ha sido amigo de Fidel Castro y también ha sido repudiado por éste o por su adláteres, y ha frecuentado a tantos y tantos escritores, editores, intelectuales, políticos, artistas, ciudadanos... que no es extraño que aglutine algo de todos en sus personajes aparentemente ficticios.

 

No, Alfredo no resulta indiferente. Eso en ningún caso. A su biografía corresponden episodios decisivos y muy trascendentes en política -con Alfonso Guerra como aliado y la amistad de Fernando González Laxe o Xosé Luis Barreiro o Portomeñe-; del galleguismo con Carlos Casares, Ramón Piñeiro o Sixto Seco; de la cultura gallega, española e internacional -pueden preguntarle a la oficina de Carmen Balcells o al Pen Club o a la Fundación Cela o a Mario Vargas Llosa, etc.-...  Por su relevancia es todo un protagonista principal, nada fácil de comprender a veces salvo por la traducción de su trato próximo, afable, como corresponde a una inteligencia pródiga, generosa casi siempre, muchas veces herida.

 

Quizás, en no pocas ocasiones, Alfredo Conde tenga la sensación de naufragar en sí mismo, pero sabe retornar a ese puerto seguro que es A Casa da Pedra Aguda, en la que sube y baja escaleras, pasea jardines, se rodea de arte y encuentra la soledad, tras los altos muros de piedra, del reflexionar y escribir -solo se acompaña con oportunidad del amor y cuidados de su esposa, hijas, nietos y amigos, del arte y de los libros, muy en especial cuando el hombre necesita huir del escritor, del creador, de sus propias fantasías.

 

Ahora acaba de retornar a sí mismo con su última entrega de Ézaro Ediciones -gran iniciativa de Alejandro Diéguez-, “A propósito de lo político”, que complementa el de lo literario y el de Fraga. Lo acabo de leer con deleite, y les invito con entusiasmo a seguir mis pasos, a hacerlo para descubrir ese telón que casi siempre separa la calle de los palacios, a los ciudadanos de los dirigentes, y una buena porción de la más reciente historia de Galicia. Prepárense para encontrarse con una verdad sorprendente, que me niego a desvelar aquí.

 

“Tuve ocasión de conocer a seres disparatados y felices, quienes de crear mundos y habitarlos”, eso escribió en alguna ocasión Alfredo Conde. Recurro a la cita, para confesar que él sin duda es uno de esos seres, de los que que han sabido ser y aportar. Agradezco su amistad y sus tertulias, aunque discrepemos en lo mucho o en lo poco, que la medida nunca ha de ser justa ni equilibrada, al menos para los demás. Vale.

A propósito de Alfredo Conde

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