Reportaje | Segundos, minutos y horas acuden puntuales a la cita en la última muestra del Muncyt

Reportaje | Segundos, minutos y horas acuden puntuales a la cita en la última muestra del Muncyt
En la exposición están representados todos los sistemas para medir el tiempo | PATRICIA G. FRAGA

Fascinado por el “tic tac” que marcaba el paso del tiempo, el primero de los Domingos le abrió las tripas a su primer reloj con 14 años. Era de nacionalidad cubana y una vez metió el cuchillo, saltó por los aires y no hubo quien lo reanimara. El segundo ya no se le resistió. Dice su hijo que tuvo mucho valor porque lo hizo con una herramienta inadecuada.

El mayor de los relojeros le dejó en herencia a su hijo la vocación y él la cogió al vuelo para levantar todos los días la verja de su joyería monfortina y alimentar una colección de relojes que trae al Muncyt para deleite del personal. En “El infinito caminar del tiempo” acampan hasta 70 de los 150 que guarda en la despensa.

Están los más representativos y didácticos. No hay sistema para medir las horas que no tenga su embajador en el museo y de los primeros que se cargaban con la luz del sol, el paseo termina con los atómicos, que “son el futuro”, dice Domingo.

En cuanto a los primeros, los hay que ocupan edificios y caben en un bolsillo, pero el problema no es tanto el tamaño sino la condición y el hecho de que no funcionan si el cielo está encapotado, los llevó al hoyo y elevó al Astrolabio y Nocturlabio a los altares para evolucionar en el arte de sumar horas.

Se pasó a los de agua, cuenta el experto, y a los de arena y con los de fuego se utilizó la cera de las velas. Su consumo marcó las tardes para saludar al siglo XIII con “los mecánicos de ruedas, de pared y de sobremesa”. En ellos, la desviación del tiempo era importante, de media hora al día. De esta forma, hubo que esperar al siglo XVII, en concreto, a 1675 para ver el primer reloj con péndulo. Con él, apareció también la aguja y la especie humana estrenó modelos con minutero: “Hasta ese momento solo se señalizaban las horas” y gracias al avance, “se consiguió una precisión de pocos segundos al día”.

Las piezas que se pueden ver hasta el 15 de junio en el edificio Prisma son más curiosas que longevas, aprecia Domingo. Es cierto que hay alguna de principios del siglo XIX, pero lo importante es la historia que tienen detrás como el reloj que salió con patas de su negocio. Domingo le puso corazón y nombre “La máquina del tiempo” y para calcular lo que dura un telediario utilizó una especie de toboganes y “un sistema de imán que sube unas bolas una a una a la cima del circuito”.

Sus criaturas proceden, en algunos casos, de lugares remotos. Entre los 70, los hay canadienses, chinos e isralíes. También nacionales y algunos únicos en su especie como el de Lego para el que tuvo que juntar piezas de distintas partes del mundo. De ahí, su valor.

Cinetismo
La curiosidad va adosada igualmente a relojes que tienen vida por fuerza centrífuga con bolas y cuerdas y cinéticas con pequeñas rampas. Para su colección, Domingo Pérez acudió a ferias de profesionales y mercadillos para hacerse con joyas de Argentina o Japón y, por supuesto, de Suiza, “que además de tradición, tiene prácticamente la totalidad de los relojes de lujo”.

De ahí, el espectador se va hasta el ahora, que se alía con lo atómico y las luces LED. En función de si se encienden o se apagan, el tiempo pasa: “También hay sistemas que proyectan la hora sobre la pared o lanzan mensajes al aire”.

Desde 1958, el tic tac no cesa en la relojería de Domingo: “Mi padre supo transmitirme el amor por la profesión, que comenzó de forma autodidacta”. La segunda hornada asegura después de darle cuerda a cientos de ellos estar enganchada al “noble arte de la relojería”.
Es lo que le lleva a engendrar dispositivos como “la fuente del tiempo”, que no está en A Coruña, pero que va por bombillitas que se activan cuando un vaso pierde el equilibrio y va perdiendo agua. Ante la atenta mirada de un tercero, su hijo. Tiene 25 y su padre cree que lleva la misma pasión en las venas. l

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