Reportaje | El crimen de Juan García Pumariño que fue descubierto por el mar

Reportaje | El crimen de Juan García Pumariño que fue descubierto por el mar
Grabado que contempla desde el bando patriótico el asalto a Capitanía General para proclamar el periodo liberal | manuel arenas

Seguimos con el relato iniciado sobre el cerco de la ciudad coruñesa y enlazamos para seguir su recorrido que nos hará llegar al desenlace final.
Con la posibilidad de que las unidades de combate francesas tomasen la plaza, el Gobernador militar de la misma, Méndez Vigo, tomó la polémica decisión el día 22 de julio de que se trasladen los presos a “El Santo Cristo de los Afligidos”, un quechemarín fondeado en puerto, de cuya tarea fue encargada una sección de milicias, bajo las órdenes de Juan García Pumariño. Todos los prisioneros fueron conducidos al embarque ese mismo día, bajo la condición de ser transportados a otra plaza más segura, quedando fuera de dicho trasiego el prisionero Bartolomé Becerra, al parecer por demencia y los hijos del brigadier Salvador Escandón (José María y Juan Escandón), mientras que su padre es trasladado al igual que los demás prisioneros.
El quechemarín se hizo a la mar desplegando sus velas a las del día 23 de julio. Una vez en alta mar, el comandante de la expedición Juan García Pumariño dio la orden de que los prisioneros que se hallaban bajo la escotilla saliesen a cubierta y fuesen despojados de cuantos objetos de valor tenían en su haber, para ser atados a continuación de dos en dos por los brazos y espalda contra espalda. De este modo tan cruel fueron arrojados al mar, bajo el regocijo de las canciones patrióticas que entonaban los milicianos liberales.
Aquella operación se retardaba por su número y trasiego, por lo que, para agilizarla, decidieron abrir un boquete en la propia nave, retirando varios tablones del casco de la bodega próxima a la línea de flotación, y de este modo los fueron arrojando al mar con una mayor diligencia en sus fines macabros, después de retirarles todos los objetos que aquellos consideraron de algún valor y siguiendo el mismo procedimiento anterior en cuanto a su arrojo al fondo marino.
El testigo presencial que narra los criminales hechos fue el ferrolano Damián Bordón, que formaba parte del grupo, quien asegura en el proceso abierto “Aquellos desgraciados realistas morían invocando a Dios y a sus Santos”.
Como uno de los arrojados al mar se había librado de sus mortíferas ligaduras, y al ver que nadaba hacia la costa, al ser comunicado al propio Juan García Pumariño, este ordenó de inmediato que saliera un bote a la mar con dos marineros para que le dieran alcance, cosa que lograron. Una vez a su altura, le golpearon con los remos en la cabeza y el fugado se hundió irremediablemente en las aguas cercanas a la bahía coruñesa.
Una vez consumada la abominable orden de acabar con la vida de aquellos cautivos por Juan García Pumariño, este comunica si se cumplieron fielmente sus órdenes; al ser este punto afirmativo, indicó que se abrieran los cofres realistas y que se repartiesen sus ropas y pertenencias.

Silencio
Al tiempo, da la orden de que el quechemarín regrese de nuevo a las aguas del puerto de A Coruña, dando instrucciones durante esta travesía de que nadie se fuese de la lengua, y que si alguien lo hacía lo pagaría con su vida. Indicó  a su vez que si alguien era preguntado sobre los cautivos trasladados, debería decir que estos habían sido transferidos a un barco de bandera inglesa rumbo a las islas británicas.
Lo que no contaba era con que el mar escribe la verdad de las cosas sobre la memoria del hombre, por lo que cuando pensaba que había consumado un crimen perfecto, las aguas fueron arrojando sobre las playas de la ciudad los cuerpos inertes de aquellos que fueron vilmente asesinados, cumpliendo el plan ideado por el propio Juan García Pumariño.
Bajo su responsabilidad se realizó todo este horrendo crimen colectivo, produciendo una honda impresión en la ciudad coruñesa, de cuyo acto los coruñeses no tenían constancia alguna. De hecho no existe ninguna referencia documental a tan deleznable crimen en la ciudad.
Los presos que se hallaban en el Castillo de San Antón no tuvieron ninguna posibilidad  de salvarse, fue el acto más degradado de la especie humana, quizás una  venganza, para evitar que, cuando estos estuviesen libres, se volviesen contra sus actuales verdugos.
El mar se los tragó porque a él fueron arrojados, pero también los devolvió para escarnio de sus asesinos y resultó ser un golpe de gran psicología en la ciudad, ya que se volvió horrorizada cuando tuvo conocimiento de lo que estaba aconteciendo, en las playas del Orzán-Riazor y en la propia Bahía, a la que llegaban los cuerpos de aquellos desafortunados.
La lista es la siguiente: Ramón Sánchez, natural de Santiago de Meilán (Lugo); Tomás Pérez Osorio, natural de Santa María de Trobo (Fonsagrada-Lugo); Manuel Durán, natural de San Lorenzo Degolada (Baleira-Lugo), también de la partida de Abuín; Juan López Valente, natural de San Xurxo de Piquín (Ribeira de Piquín-Lugo); Juan Magadán, natural de Santa María de Trobo (Fonsagrada-Lugo) Presbítero; Juan Teixedo, natural de la Puebla de Burón (Fonsagrada-Lugo) de ascendencia Hidalga, contaba 30 años y formó parte de la partida de Abuín, siendo detenido como los anteriores en la fecha indicada, Tomás Pita, el cual ya había estado, dos meses, cumpliendo pena de prisión por colaborar con las partidas realistas, cuando es detenido el 20 de febrero de 1823, formaba parte de la partida de Abuín; Ramón Rodríguez, que en otras relaciones aparece como Ramón Diéguez; Ramón Campón, natural de Ribadeo, preso por formar parte de una partida realista; Ramón García, Gobernador de Marín (Pontevedra) detenido por apoyar a la partida de Cotobade (Pontevedra); Vicente García (hermano del anterior) detenido por participar en la partida de Cotobade (Pontevedra); Matías Blanco, detenido por participar en esa misma partida y por último Antonio Blanco, detenido por participación en la partida de Cotobade (Pontevedra). Todos los cuerpos fueron devueltos por el mar no solo para el escarmiento de los ejecutores del crimen, si no también para no caer en el olvido y así formar parte de la historia coruñesa. l

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