La Fundación Érguete contabiliza ocho puntos de consumo de heroína esparcidos por toda la ciudad

La Fundación Érguete contabiliza ocho puntos de consumo de heroína esparcidos por toda la ciudad
Uno de los “chutaderos” que pueden encontrarse en lugares abandonados en la ciudad | javier alborés

En los últimos tiempos la presencia aparente de más toxicómanos y su rastro de jeringuillas hacía temer un incremento del consumo de heroína, la droga que se hizo tristemente célebre en los años ochenta. Aún así, desde la Fundación Érguete matizan que no se puede hablar todavía de un incremento., según sus datos. De lo que sí tienen constancia es de la existencia de ocho puntos fijos, distribuidos por toda la ciudad, a la que acuden los toxicómanos para pincharse. “Hay más –señala el trabajador social Jacobo Gómez, que no quiere dar su localización– pero estos son los ‘chutaderos’ que se han popularizado”.

Los miembros de Érguete los conocen bien por los visitan a menudo, para recoger las jeringuillas abandonadas y que son un foco de infecciones y enfermedades, como la hepatitis, y durante el año pasado recogió cerca de 3.000. Esta entidad lleva años asistiendo a los toxicómanos para evitar la propagación de enfermedades relacionados con el consumo de heroína, como el VIH. y una de las formas en las que lo hacen es recogiendo las hipodérmicas (las ‘chutas’ en la jerga) y dejando un cubo con algunas jeringuillas nuevas, así como información sobre la Fundación y sus actividades, con la esperanza de que los toxicómanos se acerquen a aquellos para seguir intercambiando hipodérmicas.
Estos “chutaderos” suelen estar ubicados en inmuebles abandonados, donde es fácil el acceso en cualquier momento y los drogadictos pueden inocularse su dosis a resguardo de las miradas curiosas. Sin embargo, Gómez reconoce que existen otros puntos de consumo a los que no pueden acceder: los domicilios de los propios toxicómanos.

Como el botellón
“Es algo parecido al botellón: hay gente que consume alcohol en la calle y otros que tienen una casa y prefieren hacerlo allí. Lo mismo ocurre con las drogas”; aclara el trabajador social del proyecto Sísifo .Los consumidores de heroína nunca se inyectan en el lugar donde compran la droga, que normalmente es otro piso, sino que van a su propia casa, y se intoxican en compañía de otros drogodependientes. “Es imposible acceder a ese ámbito”, dice.
En ese sentido, Gómez tiene en mente el poblado de Penamoa, que llegó a ser conocido como el supermercado de la droga de noroeste, puesto que hacía su labor mucho más fácil. “Como todo el consumo estaba concentrado, hacíamos allí muchos intercambios”, recuerda. En 2017 entregaron 2.500 “chutas” pero en la época de Penamoa podía ser fácil el triple. A pesar de todo, se siente bastante satisfecho de la labor que están llevando a cabo en este campo, y que retomaron en septiembre de 2016 tras una pausa: “Estamos consiguiendo una reducción de riesgos en el consumo, y eso es lo que tratamos de hacer: no convencerles de que no se droguen, sino de que lo hagan de la forma más segura para su salud reduciendo las dosis, por ejemplo”
Fenómeno reciente

En todo caso, el fenómeno del consumo de heroína, aunque más visible, permanece estable. En eso concuerda la Asociación Ciudadana de Lucha contra la Droga (Aclad) que esperaba un incremento del consumo de la heroína pero sus representantes opinan que quizá es todavía demasiado reciente como para verse reflejado en las estadísticas.
Por otro lado, desde la Policía Nacional advierten de un cambio de comportamiento en el toxicómano: “Ahora estamos observando un nuevo hábito, mezclar cocaína con heroína”.

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