Miqui Puig, antiguo cantante de Los Sencillos y estrella del pop, ha decidido pararse a reflexionar sobre su carrera y su vida con ‘Yo no quería ser Miqui Puig’, libro con el que, a través de sus diarios personales, narra cómo ha sobrevivido tantos años en una industria en la que, ante todo, valora la autenticidad. Una autobiografía que, ayer, presentó a los coruñeses en la librería Berbiriana.
¿Cómo define su libro?
Yo tenía muy claro que cuando escribiera esto iba a ser sincero y me preocuparía porque, a nivel literario, estuviese bien. El libro cuenta cómo un tío que ha estado en el negocio de la música pop ha tenido que hacer más cosas para sobrevivir. Y también que puedes seguir siendo alguien que ame la música sin la necesidad de tener que estar siempre en primera fila o de venderte a según qué cosas. Hay unas líneas rojas que siempre intenté no cruzar, y a veces, como cuento en el libro, eso también me ha penalizado, porque mantenerte muy firme en según qué convicciones no ayuda.
¿Es una obra más personal que musical?
Sí, totalmente. De nueve capítulos, dos son de música y el resto personales. Los diarios empiezan en 1992, cuando estábamos arriba, y terminan cuando muere mi padre, porque es el momento en el que creo que cambio como persona. Aunque revisitarlos también me ha traído sorpresas.
¿Por qué narrar esas vivencias ahora?
Era el momento ideal. Me llamó un editor diciendo que quería hacerme un libro, le pregunté qué planteamiento tenía y me dijo que uno biográfico, que era lo que también quería proponer. 15 años atrás me lo habían propuesto, pero no sentí que fuese el momento, y de hecho nos habríamos perdido muchas historias, como la del día que Los Sencillos tocamos por última vez, uno de los más tristes de toda mi vida.
Ha ganado experiencia
Claro. Una de las cuestiones que ahora veo con claridad es la gestión de la fama. Veo a mucha gente joven en la industria que solo quiere ser famosa, que no veo que ame este negocio. Pero creo que la gracia es esa: un grupo de amigos que se junta a tocar la guitarra. Este negocio se sustenta así: sabiendo hacer canciones, tocando. Ya puedes ser un tío que tenga toda la pasta del mundo, que si no tienes pasión no vales nada.
¿Cómo ha sido volver a esos diarios personales?
Ha sido bonito contrarrestar ese Miqui más naif del 1993 que está tocando ante 10.000 personas y que solo está pensando en una chica que está en el camerino con mi visión actual, en la que eso me parece entre patético y divertido. A veces me preguntan si recuperar todo eso es sanador, pero tampoco tengo claro que me dejase hecho polvo el escribir el libro. De hecho es lo contrario: ha sido hacer las paces con muchas cosas y pedir disculpas por otras.
¿Aún le produce rabia o desazón lo que se decía de Los Sencillos?
Rabia no, porque yo hacía lo que me daba la gana. Creo que todo lo que se parecía en su momento a tribus urbanas o subculturas era más auténtico, porque teníamos que defendernos. Ahora se acepta más la diversidad, pero parece que todo el mundo es igual: nos peinamos y vestimos de la misma forma.
¿Hace falta más personalidad en la industria, más referentes?
Los hay. Yo creo que el gran problema es que son las marcas las que pagan muchas cosas, por lo que buscan perfiles blancos. Yo pongo mucho como ejemplo cuando hablo de música la escena gallega, de Grande Amore y este tipo de gente, que beben del folklore, de la orquestas, del trap y de otros referentes de una manera muy natural. Eso es lo más auténtico que puede haber. Esto no pasaría nunca en Madrid o Barcelona, porque allí tienen que ser muy pijos y normales. Clones tenemos muchos, pero yo quiero ver a alguien auténtico. Me gusta que haya gente colisionando estilos: que la música te penetre, te sorprenda. A mí lo que me llena es encontrar cosas que me vuelen la cabeza.