Los lugares subterráneos que habitan druidas, demos y meigas

Los espeleólogos visitaron en el solsticio de verano una cueva cuyo fondo se ilumina solo en ese día
Los lugares subterráneos que habitan druidas, demos y meigas
La furna do Druida, en pleno solsticio de verano, cuando el sol llega hasta el fondo | Javier Corominas

Una de las cuevas que han visitado recientemente los espeleólogos es la que denominan ‘la furna del druida’. Lo hicieron justo antes de San Juan, porque, cuando llega el solsticio de verano, el sol ilumina el fondo de la cueva, los rayos de sol tocan el fondo de la caverna de 16 metros, cubierta por un empedrado de cantos rodados, alisados por milenios de mareas Allí, sobre una ronca blanca, los sedimentos han dibujado lo que parece el boceto de un hombre y una mujer en un tinte naranja, como una pintura rupestre.  
“Pigotita”, explica Lorenzo. Sobre la pared se ven depósitos de este biomineral. “En su formación intervienen microorganismos, no solo mineral, y forman depósitos en forma de panel e abejas o de piel de serpiente”. Siempre se forman donde hay una escorrentía de agua, que en este caso es dulce, porque se filtra desde arriba, desde el terreno. 


La entrada es un arco de casi seis metros de alto, situada en una fractura entre dos materiales: cuarzo y granito. Es normal que las cuevas se abran precisamente en estos puntos, aunque también se pueden producir en movimientos tectónicos. En todo caso, esta curiosa alineación, con la Torre de Hércules al fondo, es el motivo por el que la han bautizado con el curioso furna do druida. Todo el mundo sabe la obsesión de los druidas celtas por las ceremonias solares. 


Monteagudo, el precursor 

Pero aunque no se puede decir que recorran un camino trillado, estos espeleólogos no son los primeros a aventurarse al pie del océano. En este caso, el Arne Saknussemm (el primero que llegó al centro de la tierra en la novela de Julio Verne)  sería Manuel Monteagudo, padre del arqueólogo Luis Monteagudo, como descubrió Fernando Pérez Sampedro. 


Él exploró las oquedades del litoral coruñés hace ya más de un siglo, cuando la espeleología era todavía una afición de los naturalistas, en vez de un campo profesionalizado como lo es en la actualidad. Describió por primera vez muchas de estas cuevas marinas, donde se internaba vestido con traje y corbata, como un perfecto caballero (“un pitiminí”, comenta Lorenzo), lejos de los cascos y la ropa deportiva de sus sucesores. Muchas ya eran conocidas y nombradas por los pescadores de la zona, pero Monteagudo las enumeró por primera vez. La de Punta Herminia, la de O demo la de As Meigas, la de Os touciños, y la de la Lagoa, la más grande, que se halla justo al pie de la Torre de Hércules. Los sucesores de Monteagudo han catalogado muchas más furnas que él, pero hay que reconocer que nunca con tanta elegancia.  

Los lugares subterráneos que habitan druidas, demos y meigas

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