La figura de José Manuel Rodríguez González (Las Regueras, 1945) ha puesto de acuerdo al presidente socialista del Principado de Asturias y al alcalde popular de Oviedo. Tanto Adrián Barbón como Alfredo Canteli acudirán el próximo sábado al acto de homenaje al presidente del Centro Asturiano de A Coruña, al que impondrán la insignia de oro por sus 50 años ininterrumpidos como socio de la entidad. Será en una gran celebración que tendrá lugar en la Hípica, con más de 200 comensales, gaiteros y todo el folclore para, sobre todo, compartir de la forma más emotiva posible la tradicional comida del día del Desarme.
¿Son este tipo de centros instituciones basadas en el concepto de morriña?
En los estatutos dice que la misión es fomentar la cultura, el intercambio y hacer sentir a los socios como en casa. En 1898, unos asturianos residentes en la ciudad veían cómo sus paisanos llegaban de la guerra de Cuba en vapores. Entonces, el Centro Asturiano comenzó a pedir ayuda a los ayuntamientos para que pudieran regresar. En la junta original había personalidades como Ramón Pérez Costales, fundador de la Cocina Económica e impulsor de la Real Academia Galega. La misión primordial era auxiliar a aquella gente en las penurias y festejar en las celebraciones.
¿Cuál es la salud del Centro?
Económicamente resistimos, pero el gran problema que tenemos es la falta de incorporación de gente joven. Con la pandemia, entre muertos y otras cosas perdimos 30 personas. Ahora somos 170 familias. En la directiva son diez cargos: siete tienen que ser asturianos o descendientes y otros tres simpatizantes. El 65 por ciento ahora mismo somos asturianos y el 35 por ciento simpatizantes.
Más allá de los tópicos de sidra y cachopo, ¿qué desean transmitir con el festejo?
Lo primero que vamos a hacer el sábado es festejar la comida del Desarme, una historia de isabelinos y carlistas. Es fundamentalmente lo que venimos celebrando desde 1976. En 2003, con motivo del 50 aniversario de la refundación del Centro, lo que hicimos fue institucionalizar la insignia de oro, con la entrega ya en ese momento de 19 de ellas. Nos dimos cuenta de que 50 eran demasiados años e institucionalizamos también la insignia de plata.
¿Cómo es eso de organizar el propio homenaje?
Les dije que yo no me puedo adular a mí mismo. Igual hay alguna sorpresa, pero me dije: “Voy a escribir al Principado”. Remití una carta muy de tú a tú al presidente, en la que le expuse: “Adrián, tengo este problema, y no me parece lógico que yo me la imponga”. Me contestó, y me dijo que sí. Entonces le dije al alcalde de Oviedo, que es amigo mío de la infancia, que quería que me hiciese la glosa él mismo. También se apuntó
¡Vaya quebradero de cabeza con el protocolo!
Ya lo estoy notando a la hora de montar las mesas. En este momento somos 230 personas anotadas. Previamente, el presidente pernoctará aquí y lo recibiremos en el Centro al filo de las 12.00 horas para ir hacia la Hípica. Primero impondremos seis insignias de plata y luego toca la mía.
¿Tiene su discurso preparado?
Tengo que hablar dos veces. Primero, como presidente y explicar en qué consiste todo. Luego, una vez me impongan la insignia, me tocará hablar a corazón abierto, con lo que tenga que decir desde dentro.
¿Cuáles son las sensaciones de cara al futuro a medio plazo?
Para llevar estar 26 años hubo que cambiar los estatutos. A la tercera reelección no te podías presentar. Tuvo que aprobarlo el 75 por ciento de los socios asturianos. El año que viene termino. Espero irme, aunque llevo esperando irme como diez o doce elecciones. Me da la sensación que de aquí me iré para el huerto del cura.