El periódico del 24 de marzo de 1997 destacaba como noticias principales el agradable tiempo veraniego, la victoria del Deportivo 2-1 ante el Racing de Santander y la desclasificación de los papeles del Cesid.
Las agradables temperaturas registradas ayer en Galicia, que sobrepasaron los 20 grados en este comienzo de la primavera, propiciaron la afluencia de gente a las playas de la comunidad y a las fiestas gastronómicas que coinciden con la Semana Santa.
Con frecuencia suele suceder que de las historias más mediocres surgen las más apasionadas leyendas. El encuentro de ayer --un partido de fútbol mediocre-- se elevará a leyenda, ya en el siglo XXI, cuando un abuelo, viejo y cansado, se siente una tarde para contarle a su nieto algo parecido a esto: ¿Sabes, hijo? Renaldo no era nada de otro mundo pero en el segundo tiempo se inventó una jugada maravillosa. Cayó al suelo, se levantó sin despegar el balón del pie, alzó la cabeza tras sentar a dos o tres defensores (quizá fueron cuatro, no lo recuerdo), arrugó su frente, apretó los dientes y cruzó un disparo que el tal Ceballos no alcanzó a tocar. El delantero dedicó a su padre el tanto.
No escucha a un estadio entero corear su nombre cuando sale al terreno de juego; su autógrafo no es ansiado por los jóvenes forofos, su fotografía no aparece en la carpeta de ninguna quinceañera enamorada del deporte rey; sin embargo, la tarea que Suso Méndez desempeña en el Deportivo es valorada por los jugadores de tal forma que hace muchos años se ha hecho un hueco entre la plantilla. Suso es el utillero del conjunto coruñés, la persona encargada de que todo esté en su sitio, el que abre el estadio y, cómo no, el que lo cierra.