Antonio Murado, en la galería Vilaseco

Antonio Murado(Lugo, 1964), licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, residente en Nueva York y con una exitosa carrera internacional a sus espaldas, trae a la galería Vilaseco la exposición “LIENZO”, un título que hace alusión, por un lado, a la importancia del soporte y, por otro, remite a un espacio simbólico, en principio vacío, pero abierto a todo tipo de posibilidades expresivas que, en su caso, residen muchas veces en la forma de manipular la materia.


Él quiere, además de abrirse a las inspiraciones que advienen en el momento de ponerse a pintar, dejar constancia del oficio, mostrar sus entrañas, y la presencia de los materiales empleados, como pueden ser unas humildes grapas o los cosidos de ensamblaje, porque el arte también es eso: la tarea de elegir, de componer, de casar elementos, de preparar marcos, de dar imprimaciones y veladuras, luego vendrá la distribución de trazos, de manchas, de rayados, de caligrafías....


El cuadro es para él tanto el recipiente sobre el que vuelca una idea, como una caja de sorpresas de la que surgen inesperadas epifanías; es también como la pared o el muro sobre el que se han ido escribiendo historias incompletas, anecdotarios de transeúntes y marcas de la intemperie; también es como una llanura abierta para recibir todo tipo de simientes fecundantes que deberán ser regadas para que fructifiquen.


En su caso, la fecundación la hace con pinturas líquidas que desparrama, a veces, sobre los soportes situados en el suelo, en su cabaña de Catskill Mountains, al aire libre y donde, en ocasiones, hace colaborar a la hierba y a los accidentes del suelo, arrastrando los lienzos aún húmedos boca abajo, como una especie de participación mística con el entorno, lo que recuerda a la técnica del “frottage”, pero hecho al revés.


Murado no busca tanto pintar lo visible y narrar sucesos, como recoger la huellas que hablan de ausencias, de ecos, de ráfagas, de temperaturas de la intemperie y de surcos y señales huidizas; o, lo que es lo mismo, del pathos del tiempo. Huye de la belleza estereotipada para buscar la que reside en las entrañas y en los latidos del corazón; o la que se desparrama en acuosos y azules delirios, como el gran cuadro en el que evoca los nenúfares de Monet; o la que aparece en aquellas delicadas obras que evocan el jardín zen japonés, pero que también están relacionadas con el sentimiento gallego del paisaje.


Según confiesa, para él “el Arte es un santuario” y, de hecho, podemos leer toda su obra como una continua interrogante de tintes metafísicos, abierta a todo tipo de respuestas y donde el mismo color adquiere valor simbólico; de esta pregunta ontológica da fe la estupenda paráfrasis que hace sobre “El perro semihundido “de Goya, criatura atrapada en el inmenso portal de la vida y cuya pequeña cabeza, que asoma apenas, refleja la soledad y la angustia de existir. Pintor de la poética de los límites, entre los cuales está el del mismo lienzo, asume la creación como riesgo, como búsqueda continua, descubrimiento y diálogo consigo mismo.GALERIA

Antonio Murado, en la galería Vilaseco

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