El comunismo necesita un disfraz

Mucho se oye hablar de los comunistas a los que Pedro Sánchez abriga dentro de su gobierno y muy poco del Partido Comunista, la casa que los cobija. Llama esto la atención porque ningún partido político tiene en su ideario estar “desaparecido” y ocultar sus siglas, salvo que tenga intenciones poco confesables.


Este es el caso, hace ya muchos años que los comunistas saben que la sociedad española no está por la labor de aplaudir gobiernos como el cubano, el venezolano o el chino. En estos países claramente comunistas, la pobreza se extiende entre su población mientras sus dirigentes acumulan fortunas ocultas en refugios de ingeniería financiera y paraísos fiscales. Por ello, los comunistas españoles inventan siglas amables que solapen su presencia y han elegido ubicarse en el “backstage” de la política para mover los hilos desde bambalinas sin exhibir su identidad. Izquierda Unida fue su paraguas, en el fondo eran ellos con unas siglas edulcoradas para no dar miedo al cuerpo electoral. Nunca llegó a nada destacable y sus resultados electorales fueron entre discretos y catastróficos, aquellas siglas de IU ya no servían, dejaron de ser útiles porque no se puede engañar a la población todo el tiempo y, una vez descubiertos, había que buscar un nuevo disfraz que les permitiera seguir ocultándose bajo unas nuevas siglas que les permitieran sobrevivir.


Y en esto apareció Podemos y ellos vieron su nueva oportunidad para retomar fuerzas incrustándose como lapas en la formación morada. Contaban con una ventaja y no era otra que el fundador principal de Podemos era un comunista disfrazado de “salva patrias” y dispuesto a ponerse al servicio del P.C para “asaltar” las moquetas del poder y acabar con la “casta”, mejor dicho, sustituir a la “casta” por su propia “casta”.


A los comunistas les gusta el poder y, naturalmente, el buen vivir y, ya de paso, revolver todo el orden social porque es su mejor caldo de cultivo para, una vez montado el “totus revolutus”, captar adeptos entre los más asilvestrados y por ello montaron, con éxito hay que reconocerlo, aquel 15M que les resultó electoralmente muy rentable. Lo mismo hizo Yolanda Díaz en Galicia ocultando las siglas del Partido Comunista de Galicia primero en Esquerda Unida y después en AGE y, eso sí, sin un buen resultado más allá de su propia colocación personal.


Finalmente se acopló a la negra sombra de Podemos desde donde llegó a vicepresidenta del gobierno de Sánchez, no sin antes traicionar a Beiras, auténtico valor de aquella fuerza política que, naturalmente, acabó por evaporarse una vez que dejó de ser útil a la vicepresidenta comunista. No dudó esta en hacerse “cunera” para convertirse en diputada por Pontevedra toda vez que sabía que, por su circunscripción, La Coruña, no obtendría acta y se le acabaría el chollo.


Envuelto en papel de regalo, el comunismo fue ocupando puestos de poder y colocando a sus peones, como el tal Enrique Santiago secretario general del PCE y a quien no votó nadie en toda su vida pero que se convirtió en muñidor de la operación de la mano de Pablo Iglesias. Enrique Santiago desde su vivienda de gran lujo en Madrid valorada según los medios en un millón de euros, se dedica profundizar en la fractura política de España buscando de nuevo las dos Españas enfrentadas para seguir pescando entre los rencorosos contra todo a afines a su partido comunista disfrazado. No mientan más, quítense las caretas.

El comunismo necesita un disfraz

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