Andamos los españoles un tanto aturdidos. Entre los líos del separatismo catalán, los cambios de opinión y posición del gobierno de Sánchez, la crisis económica, las amenazas sobre las pensiones o la ley “trans” que permite a niños de 16 años cambiar de sexo sin más explicaciones no sabemos ya donde buscar refugio para encontrar un poco de serenidad, de paz que nos ayude a evadirnos de nuestra confusa realidad. Recuerdo que cuando era niño se acusaba al franquismo de montar partidos de fútbol para despistar a la ciudadanía y alejarla de los problemas políticos de la época. Han pasado desde entonces casi 60 años y me da la impresión de que seguimos en las mismas. Mientras escribo esta columna espero con cierta ansiedad a que la selección española salte al terreno de juego para enfrentarse a Suiza y, como yo, todas las personas con las que me he encontrado a lo largo de esta mañana de viernes. El fútbol como bálsamo político no es nuevo pero, además, en estos tiempos es también una expresión de españolidad que nos une como nación. En vez de discutir sobre el tal Rufián hablamos de Luis Enrique, en lugar de preocuparnos por la amenaza separatista nos unimos con fuerza para apoyar a nuestra selección y preferimos hablar de Morata que de la ministra de igualdad. Y es que ya solo el fútbol, en este caso la selección española, nos anima a pensar en lo fuertes que somos juntos y lo vulnerables que somos cuando nos “partimos”. Las banderas españolas se dejan ver por toda España y, excepcionalmente, no tienen ningún significado político y sí reflejan las ganas de un pueblo de sentirse unido para reconocerse más fuerte. Naturalmente a esta hora no conozco el resultado del partido, pero tengo la sensación de que, como país, necesitamos que hoy marque Morata o cualquier otro jugador para prolongar este estado de ilusión compartida que nos aleje por un tiempo de la discordia, del ambiente tóxico de enfrentamiento que nos rodea y que vuelve a dibujar una España superada de dos bandos que parecen buscar la extinción del otro. Porque España no es sus gobernantes que parecen haberse acomodado en el “cuanto peor mejor” ni tampoco entre el pueblo se vive esa realidad guerra civilista que alimentan algunos políticos que escarban en el pasado para encontrar diferencias. Como decía la canción emblema de la transición “…pero yo solo he visto gente que solo quiere vivir su vida sin más mentiras y en paz…”, la recordarán, Libertad sin ira se llamaba y más de cuarenta años después resulta casi obligatorio volver a escucharla porque su letra sigue vigente y debe hacernos reflexionar, a unos más que a otros. Hoy no tenemos claras nuestras libertades, incluso vemos algunas amenazadas, pero la ira parece haberse impuesto como forma de hacer política. Entre la discordia y el fútbol… ¡vamos España!