Acordar no es acertar

¡Ojalá me equivoque! ¡Pueda que sea no! La nueva ley de educación nace con todos los vicios y sin ninguna virtud. Muchos políticos carecen de grandeza y juegan con ella a los chinos, a los dados, al derecho a decidir. Aplican los votos como si fueran fuerza nuclear de sabiduría. Y la democracia es una estilo, una manera de ser y obrar, que utiliza las votaciones como camino pero que nunca la sustituya. No llueve ni hace sol porque lo aseguren muchos ciudadanos por calificados que sean. No llueve porque el cielo está limpio de nubes y hace sol porque el astro rey pasea flamante y hermoso sobre nosotros. En España confundimos la velocidad con el tocino. Todos opinamos sobre materia tan delicada (asociaciones de padres, sindicatos, alumnos, educadores, especialistas y hasta el vecino de enfrente a quien nadie ha dado vela en este entierro) olvidando a Séneca cuando recomienda por maestro a quien admires, más por lo que en él vieres que por lo que escuchares de sus labios. Esfuerzo, voluntad, perseverancia. Los dichosos deberes para hacer en casa. Cual si la sabiduría fuese camino de rosas o pueda ser maestro quien jamás ha sido discípulo. ¿Queremos implantar ideologías? ¿O lavar cerebros?
La clave radica en querer aprender. Mis mejores profesores me descubrieron el camino. Tipo Juan de Mairena. Para decir bien hay que pensar bien, y para pensar bien conviene elegir temas esenciales, que logren por sí mismos captar nuestra atención, estimular nuestros esfuerzos, conmovernos, apasionarnos y hasta sorprendernos. Hoy a la “verdad”, dicha por Agamenón o su porquero, le llamaríamos incorrección política, pues no queremos educar sino captar votos. No basta el texto queremos acertar. El conocimiento es crucial. Cordura y mesura van cogidas del brazo. Es imprescindible saber obedecer para poder mandar a otros. Hay que rescatar la estampa del maestro con sus atributos de energía y entrega...

Acordar no es acertar

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