SER Y PARECER

La mujer del imputado no solo tiene que ser tonta sino parecerlo. Con especial énfasis en esta última parte, que es al fin y al cabo la importante. A falta de pruebas concluyentes, las apariencias pueden ser definitivas. Y en según qué casos, que la tilden a una de poco espabilada es lo mejor que le puede pasar.
Guárdese la amante esposa del investigado su orgullo de universitaria en un cajón del dormitorio y pasee su más cándido aspecto de mujer florero ante cuantas cámaras se encuentre. Ya habrá momento de reivindicar la independencia femenina y la valía personal. Ahora se trata de salvar el pellejo, que, por muy pellejo real que sea, no está libre de acabar en la cárcel.
Cuando de la infanta se dice que está “carente de conocimientos específicos en materia contable y fiscal”, eufemismo que el pueblo llano traduce en que no se entera de lo que pasa en su propia empresa, la reacción de la hija del rey debe ser de alivio. La mejor defensa es la de la cara de sorpresa. El “yo no sabía...” es un seguro de libertad. Pasar por poco lista puede acabar siendo lo más inteligente. Es la estrategia con la que hace décadas que sobreviven algunas mujeres más que capaces. Ya sea en una oficina en la que destacar implica cargarse con el trabajo del tipo de al lado y con el odio del inmediato superior o en un entorno en el que lo que está bien visto socialmente es que se sonría y se calle –aún existen–.
Así que el que Cristina sea la pobre incauta en los corrillos del mercado y en la barra del bar no es tan mala cosa. Entre una rica heredera con carencias y otra sobrada de cara dura no hay duda. Que no le importe si se comenta que su educación le ha abierto muchas menos puertas que su cuna. Ya se sabe, además, que las lenguas se afilan con ciertos temas y la imaginación vuela con facilidad a enchufes y favores. Y en apenas días se puede arrastrar por los suelos la reputación del más preparado de los trabajadores. Que no le preocupe. Es momento de parecer. Todo lo que se pueda. No se le olvide a la infanta que resulta más fácil perdonar a un ignorante que a un delincuente.

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