Ma non tanto

Aestas alturas nadie puede poner en duda la carrera y el prestigio profesional del director Eliahu Inbal. Más de cincuenta años dirigiendo todo tipo de orquestas y obras le avalan con un nivel de solvencia contrastado. Pero aun así es imposible estar siempre a la altura que de ellos esperamos, y más tratándose de la música, que por variada y diferente en formas y estilos se convierte en el arte de lo imposible. Tampoco hay que asombrarse, pues no es la primera vez que este maestro se encuentra con repertorios que no se ajustan a sus expectativas interpretativas.
Dirigió un programa casi escolástico: “Sinfonía nº 35 en Re M Haffner” de Mozart, “Concierto para violín nº 1” de Bartók y “Sinfonía nº 7 en Re m” de Dvórak. A pesar de tratarse de obras de repertorio habitual, la versión de Inbal, que no la Orquesta, no acabó de convencer. No siempre los directores tienen el día perfecto para subir a escena, siendo éste problema habitual dentro de la magnitud artística que envuelve a la Música y su imprecisa temporalidad: nunca una versión en directo es igual a otra.
Comenzó el concierto por la “Haffner”. Es sabido que la música de Mozart requiere de un espíritu preciso y batuta conciliadora. Nada puede dejarse al libre albedrío. Por la elegancia y definición del trabajo en las melodías y la consecución de una buscada horizontalidad, la pulcritud en el tratado de las mismas no debe permanecer fuera de control. Ciertas sensaciones de ello tuvimos, y no llegó la obra a transmitir ese espíritu limpio y diáfano del maestro. A pesar de que el trabajo particular de los miembros de la OSG fue magnífico, se impone la figura del director a la hora de decidir pautas, vibratos y ataques que transmitan los conceptos desde un estudiado plan director.
El concierto de Bartók comenzó con calidad notable. Sonido muy cuidado y hermoso hasta el segundo movimiento, que en “poco più sforzado” y “Tempo I” la doble cuerda sufrió ciertas brusquedades en el ataque. No acabamos de participar de la idea de tener la partitura delante del atril del solista –en esta ocasión la violinista Isabelle van Keulen– y aun entendiendo que es una elección personal, creemos que no procede esta forma de lectura delante de una orquesta como la OSG y en un auditorio como el Palacio. El “Aria de las Goldberg BWV 988” coronó su papel. En cuanto a Dvorák, ciertos desajustes en el balance, rienda suelta al metal, y pasar de puntillas por encima del sentido del fraseo, lo convirtieron en pesado.

Ma non tanto

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