Hablar en ausencia de la realidad

La polémica surgida en torno a la decisión del Gobierno del PP de restringir la ley sobre el aborto está más que justificada bajo la base de que toda restricción conlleva siempre un retroceso. No falta quien, desde las filas del partido con más votos de este país, argumente incluso que no se ha producido la vulneración de un derecho simplemente porque la ley del aborto no es un derecho sino una mecanismo de interrupción del embarazo al que se aplican diversos supuestos. La fuerza de las urnas es lo que tiene, que se aplica en función de los intereses de los partidos y en contra del más elemental sentido práctico y común, que no debería ser otro que el de aceptar tanto la opinión generalizada como la realidad social, no solo de un país, sino del individuo en sí mismo. Es por este motivo que subsisten leyes que obedecen exclusivamente al interés común, en este caso el de la madre y el embrión, a la salvaguarda de ambos. Si el derecho a la vida ampara el argumentario de unos, lo mismo sucede con quienes defienden la libertad del individuo. Sucede también a menudo que se habla de lo que no se sabe.
El pasado jueves, este periódico publicaba un artículo firmado por José Luis Patiño en que denostaba la propuesta conservadora y arremetía contra el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, por sus declaraciones en el sentido de que aceptaría un hijo con graves malformaciones físicas o psíquicas. Tal vez Patiño me disculpe la intromisión en cuestión que sé que es tan personal para él. Y no digo más porque procuro respetar un mínimo su derecho y el de su familia a salvaguardar su intimidad. Pero sí que es Patiño de esas personas que no suelen hablar sin conocimiento de causa y que entienden, más que muchos de los contertulios que polemizan a favor de la iniciativa legislativa, sobremanera lo que es la dignidad humana y el derecho a la vida. Lejos de lo artificioso, que tanto abunda en la política patria, sus argumentos tienen base sólida y responden a una realidad que afrontan familias enteras a las que, por ejemplo, les resulta incluso difícil acceder a algún tipo de ayuda por parte de una Administración que, al menos, se sabe que ha restringido notablemente sus políticas sociales, una circunstancia ya de por sí incongruente con las dificultades que se le plantean a una madre que reúna mínimos supuestos para practicar el aborto.
Dudo que ninguna mujer quiera abortar, como dudo de que muchas de las que se pronuncian en contra y que se hayan visto en tal tesitura no lo hayan hecho o no se planteen hacerlo ante situaciones de riesgo. Nada tiene que ver el aborto con la imposición, aunque sí esta última con la negación a su acceso en las mismas circunstancias de igualdad. La lectura de Patiño, por la argumentación, es un claro ejemplo de hechos más que una cuestión filosófica, teológica o política, aspectos estos últimos, como se sabe, más ausentes de la realidad.

Hablar en ausencia de la realidad

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