EL ÚLTIMO POBLADO DEL PLANETA

ACoruña pasará a la historia como la ciudad en la que se erradicó el chabolismo. La eliminación de Penamoa ofreció las imágenes de las últimas palas excavadoras demoliendo una infravivienda de cartón, madera, uralita y bloques de hormigón a partes iguales. Coincidiendo con la orden judicial del desaolojo, los chabolistas descubrieron que, en lugar de jugar a arquitectos, les salía mucho más rentable pegar una patada a la puerta de alguna vivienda recién construida y así, comenzar a disfrutar de las ventajas de ser el afortunado poseedor de un pisito en la ciudad sin las enormes desventajas que acarrea tener que hacer frente a una hipoteca o al pago de recibos como el de la luz y el agua.

A Silva fue el punto primigenio de esta revolución social que acabaría por extenderse a todos y cada uno de los barrios del país. Gracias a la lentitud de la Justicia, aquellos que pagaron una entrada por una vivienda a la que un juzgado no les dejaba entrar, vieron como familias enteras disfrutaban de su parqué, estrenaban su retrete y hasta se llevaban de recuerdo cuantos objetos de metal encontraban a su paso. Además, el césped de la urbanización se convirtió en improvisado combustible para fogatas y los aparcamientos en cementerios de coches destrozados.

Gobierno local y oposición se echan la culpa de una situación que, en el fondo, habría que achacar en exclusiva a una legislación inoperante, que lo es más debido a la saturación que padece el sistema judicial. La lentitud en la respuesta favorece a quien se pasa la ley por el arco de sus caprichos con la ayuda de unos cuantos mojigatos garantistas.

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