¿Adónde vamos a llegar?

Me he quedado patidifuso: cada internacional futbolero del equipo nacional de España cobraría ¡720.000 euros! si la Roja hubiese sido campeona en Brasil. Sin duda, es la cifra más alta de la historia, que supone 120.000 más por cabeza que cuando el campeonato ganando en Sudáfrica. Es más, los capitanes ya habían cerrado el sistema de primas que cobrarían los 23 jugadores y el cuerpo técnico de la selección si tan feliz evento y resultado no se repitía en Brasil. Si hubiesen sido finalistas saldrían a 360.000 euros por barba y si tan solo alcanzasen las semifinales la cifra per cápita quedaría en unos “tristes” 180.000 euros por cabeza. O sea, una “caca”.
Todo lo anterior me parece una auténtica vergüenza, achacable a los “mandamás” de la Federación Española de Fútbol. Porque, claro, si a los futbolistas les ofrecen tamaña cantidad, tontos serían si no la aceptasen, pero la culpa es de quienes ofrecen tan astronómicas cantidades. Y digo esto, porque hace muy pocos días la defensora del pueblo y muchas más voces que me temo vayan a clamar en el desierto han pedido, gritado, llorado y reclamado que los comedores escolares que matan el hambre de los niños durante el curso escolar, permanezcan abiertos en los períodos vacacionales de verano.
Y ello, para que miles de chiquillos no sufran una creciente depauperación. Yo conozco maestros de uno y otro sexo que me dicen que muchos niños vienen de casa sin haber desayunado y, ya en el pupitre, se adormecen, cuando no se desvanecen. Otros chiquillos guardan una pieza de fruta de su postre escolar para dársela después en casa a un hermanito. La defensora del pueblo sabe que no miento al citar cosas tan tristes en esta España de hoy. Por eso y por mucho más, me toca la puñeta que en mi país se den estas tremendas desigualdades: 720.000 euros por darle patadas a un balón y hambre infantil, al mismo tiempo, en chiquillos que no tienen culpa de nada. A la vez, Rajoy y su mariachi dicen que España ha despertado y que todo va mejor. Será para ellos, que amén de despertar se permiten el lujo de poder roncar. Lo niños, no: sólo se permiten el “lujo” de tener hambre.
¡Si el Dios del Sinaí confundiese a algunos…!

¿Adónde vamos a llegar?

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