EMPACHADOS

La temporada de concursos televisivos es una época terrible en la que lo mismo podemos acabar convencidos de que tenemos dentro un artista del baile pugnando por salir a golpe de arabesques, que nos lanzamos a la aventura creyéndonos Robinsones en potencia.
Nos movemos en masa y somos sugestionables hasta el extremo. Los responsables de programación lo saben. Y se aprovechan. Hasta podemos imaginarlos planeando la que será la actividad de moda de ese año. Mano a mano con los dueños de las academias de baile, los gimnasios, las agencias de viajes o cualquiera que pueda garantizar una cuota de pantalla decente. Ahora toca la cocina.
Las búsquedas de los mejores chefs del país nos descubrieron que lo nuestro son los fogones. Desde que las reducciones y el emplatado forman parte de nuestro vocabulario somos otros. Cada día es una combinación de fiesta de la gastronomía y ensayo cuasi científico. No hay más que ver el escenario de la batalla: el robot tiritando sobre la encimera, el horno humeando, el fregadero desbordado de coladores, cazos, medidores, espátulas, el olor inidentificable de una mezcla de limón, vinagre, curry o quién sabe y en medio del caos, ese ser con sonrisa triunfal y un hambre voraz.
La cuestión es que se nos ha ido de las manos. Cuando ya estábamos a punto de adentrarnos en el mundo del hidrógeno líquido para darle un toque a las lentejas nos empujaron al universo de la repostería. Y casi sin darnos cuenta acabamos con un brazo amasador, un surtido de fondant que caducará antes siquiera de que tengamos ocasión de abrirlo, azúcar glas, moreno, caster, icing, integral... mangas pasteleras, moldes como para hornear hasta el fin de los tiempos y un kit de utensilios varios que ya quisiera para sí el más sofisticado de los obradores.
Así, equipados y motivados, avanzamos sin remedio a dos situaciones indeseables. De una nos damos cuenta cuando, incapaces de pasar de la tercera página del libro de recetas de “Pasteles para la felicidad”, comprendemos que nos faltan horas para amortizar la inversión en material. La otra nos la señala la báscula. Fría y cruel. Pero no nos preocupemos. Seguro que forma parte de un plan maestro de las mentes pensantes que dirigen nuestras vidas. En un par de meses nos convencerán de que hemos nacido para las carreras de obstáculos.

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