Con tremendo realismo hemos visto estos días las fotografías y vídeos de las muertes de miles de personas en los países vecinos de Oriente Próximo y Africa. La inmediatez de la noticia nos acompaña en cualquier momento del día: conmovedoras filas de niños cuya mirada se apagó para siempre, largas marchas de refugiados con sus escasas pertenencias a cuestas, plazas que ayer eran un trasiego de vida, hoy cubiertas de cadáveres. Es el horror de la guerra civil que en estos momentos asola Siria, Egipto, Líbano, Yemen o Somalia, por citar algunas referencias.
Da igual que países son los afectados, incluso el origen y las causas. La realidad es que un tremendo genocidio arrasa generaciones enteras y un éxodo masivo de miles y miles de personas en penosas condiciones huyen del horror dejando atrás un rastro de dolor y resentimiento, imposible de recuperar.
Todo esto ocurre ante la pasividad y tibieza de los organismos internacionales, y se pueden citar algunos la ONU, la Unión Europea, pero también el FMI tan diligente y locuaz, y, cómo no, los gobiernos de los países desarrollados con sus relaciones exteriores y sus servicios secretos bien anclados por el mundo. ¿Acaso las vidas humanas no merecen su interés? ¿Que intereses justifican tanto silencio? ¿Dónde están los mediadores internacionales?
El cambio de milenio había dado algunas esperanzas para la paz en el mundo, parecía que el siglo XXI, pudiera ser el siglo de la paz y la concordia y los hechos están demostrando que incluso puede ser mas cruel que el pasado. Eso sí, nadie puede alegar ignorancia de causa y las consecuencias están a la vista.
Hay realidades que deben hacer reflexionar: impiden el desarrollo de los países, fomentan fracturas sociales, culturales, ideológicas, religiosas o raciales, así como asentar democracias y consolidar alternativas solventes. Son por tanto caldos de cultivo para la inestabilidad y para cometer las mayores atrocidades.
No puede haber intereses que justifique que los países democráticos y los organismos internacionales permanezcan impasibles ante tanta atrocidad. Las muertes y la desolación son reales y cercanas aunque en nuestra mente quisiéramos que fueran escenas de una película, no lo son.