El último tango de Bertolucci

El último tango en París no es la película que más me guste de Bertolucci, pero está asociada a los tiempos convulsos de la Transición española. Y parece mentira que una película tan triste, tan pesimista y con unos personajes envueltos en la desesperación, adquiriera en España fama de cine erótico. Tanta que, al estar prohibida aquí por la censura, se organizaban viajes especiales, en autocar, a Biarritz y Perpiñán, donde se incluía el billete del autobús y la entrada al cine. 
Me imagino que quienes acudieran a la excursión con la idea de encontrarse con un pase de cine “cochon” se sentirían defraudados, pero gracias a esa marea de visitantes, cuando la represión política no había concluido, mi amigo Mario Rodriguez Aragón, camuflado en una de esas excursiones, logró pasar con su hijo la frontera, porque los controles por allí eran una mera formalidad. 
¿Quién iba a sospechar de alguien que se sube a un autocar y viaja para ver una película guarra? Pero El último tango en París no es una película ni siquiera erótica, a pesar de la conmoción de una fingida violación anal, que nunca sucedió, aunque María Schneider se quejara de falta de información antes de filmar la escena. Y estuviera 15 años sin hablarse con Marlon Brando que, por cierto, está en gran actor.
A Bertolucci le dieron nueve Oscar por El último emperador, y grandes elogios por Novecento, pero a mí la película que recuerdo con mayor gratitud es El inconformista, quizás porque había leído la novela de Alberto Moravia en un tiempo en que un poema, un libro, una obra de teatro o una película, te producen una emoción más honda.
El último tango en París la vi, precisamente en París, en el mes de octubre de 1974. Un par de años más tarde le serviría a un amigo para cruzar la frontera de una España a la que todavía le quedaba un largo camino que recorrer, entre tangos, boleros, pasodobles y cantautores.

El último tango de Bertolucci

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