Premiar la incompetencia

Bueno es saber que, a falta de barcos para construir, los responsables de Navantia sean capaces de diseñar un plan de futuro para los astilleros que tienen bajo su tutela. Y todavía es mucho mejor conocer que dentro de ese plan no se contemplan ni despidos ni cierres de instalaciones. Es decir, que los responsables de la empresa seguirán chupando de la teta pública y percibiendo cada fin de mes sus más que abultados sueldos, aunque los tojos y la maleza se apoderen de los terrenos en los que antaño se construían buques.
De cualquier modo, tampoco puede causar ninguna sorpresa esta ocurrencia de los directivos de la empresa, al fin y al cabo son los mismos que aprobaron la construcción de un submarino que solo funciona a medias. Es decir, que se hunde y ya nunca vuelve a la superficie.
Que se sepa, ni un solo ingeniero, ni un solo responsable, ni tan siquiera una señora de la limpieza ha presentado su renuncia después de semejante fiasco, en el que se lleva trabajando desde 2005. Más de dos mil millones tirados por el desagüe de la incompetencia, a los que ahora habrá que sumar otros setecientos para conseguir que el submarino, además de navegar bajo las aguas lo pueda hacer también en superficie, algo que tranquilizará de manera soberana a los marineros de la Armada Española.
Puestos a ser chapuzas, en su memoria correspondiente a 2012, los gestores de la compañía introdujeron un párrafo en el que hablan de problemas con un pedido y, cada vez que alguien les solicitaba una explicación sobre cuál era el problema y a qué pedido concreto afectaba, los inútiles con despacho apelaban a que se trataba de “información clasificada”.
Es decir, del uno al diez, su caradura e incompetencia rompe records difíciles de imaginar. Y lo más triste es que, mientras esto sucede, los trabajadores están condenados a una inactividad forzosa.
Mucho se ha hablado de Navantia, de la calidad de su trabajo y del prestigio de la compañía. Unas características que a golpe de estupidez, sus actuales gestores están empeñados en que se conviertan en un simple recuerdo.
Cada vez que alguien se pregunte por los motivos que han llevado a Repsol y a Gas Natural a encargar la construcción de sus gaseros en Asia, tiene la respuesta muy cerca, aunque nadie quiera destapar el escándalo que supone que la oferta presentada por Navantia suponga el doble de precio que las recibidas en Corea o Japón. Es decir, que algún listillo decidió que las energéticas españolas paguen sus pifias y, de paso, les garanticen otros cuatro años en sus cómodos y remunerados sillones.
Sin embargo, lo más triste de todo es que la culpa no es de ellos, es de los políticos que los mantienen en el cargo, a pesar de que han demostrado, sobradamente, no servir para el cometido que les fue encomendado.

Premiar la incompetencia

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