Bernardí Roig

El Museo de Arte Contemporáneo de Fenosa nos ha regalado estos últimos meses con la muestra de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) “Concatenación del cegamiento”, donde el artista reflexiona, en revulsivas imágenes, sobre el conocimiento, el erotismo y la muerte. Se sirve para ello, por medio de tubos fluorescentes y de la figura humana lo más anti-apolínea posible, lo más cercana al homo vulgaris, de la metáfora de la luz; una luz que no alumbra, sino que deslumbra; una luz cegadora y aplastante que desciende sobre el caído Adán como una cascada, dejándolo inerme y desolado, con todas sus interrogantes arrumbadas en la sombra.

Es posible percibir ecos del mito de Ícaro que por acercarse demasiado al sol perdió sus alas y se precipitó al vacío; también se advierte el desconcierto de la humanidad contemporánea, alejada de lo sagrado, aplastada por sus propios saberes, tantas veces demoníacos, como dictados por el Demoni Cucarell, una figura del imaginario popular mallorquí, al que representa inflando un globo a punto de estallar; toda la luz que ilumina su espalda deviene así inútil porque sólo le sirve al demonio para idear eidolas o sea ideas vacuas y ficticias.

El mito platónico de la cueva, con su coro de sombras reflejadas en las paredes, gracias a la claridad que penetra por la grieta de la entrada, está igualmente presente, y es que la verdad está más allá de la grieta, más allá de ese encierro que sugiere Platón, y las imágenes son sólo fantasmas. Situado B. Roig entre el Cuadrado Negro de Malevich y las líneas de Klossowsky -como él reconoce-, con todo el desengaño y la soledad a cuestas, tan característico de las épocas de pathos, como la que estamos viviendo, –en la que la que derrochamos iluminación como derrochaba dorados en los altares el artista del barroco sin llegar nunca a estar iluminados–, toda su obra habla de situación límite que él representa como la Casa de Wittgestein, el filósofo que cuestiona toda la comunicación y nos deja sin palabras; esta casa se construye en el aire, sobre la cabeza del hombre y propone espacios que él no llega nunca a habitar de verdad, que no es más que una construcción de la mente con ventanas a lo desconocido.

Treinta años –dice– anhelando que “la línea sea fecundada por la luz”; pero, al final, sólo está el Segismundo de “La vida es sueño” monologando: Yo sueño que estoy aquí /de estas prisiones cargado…/ ¿Qué es la vida? Un frenesí/ un ensueño una ficción/ Pues toda la vida es sueño/ y los sueños son”.

 

Bernardí Roig

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