TORMENTO ECONÓMICO

En perfecta –aunque artificial y azarosa– sincronía con el calendario, la presentación de los Presupuestos Generales del Estado llega en Semana Santa como un vía crucis de tormento económico. Las maltrechas espaldas de un pueblo que se desangra cargadas con el peso de los recortes. Haciendo imposible algo más que arrastrar fatigados los pies por un camino que parece conducir al abismo.

La emperatriz germana contempla el resultado de la condena a muerte, el pulgar hacia abajo en el circo de España. Es la única que parece complacida. Los mercados que desde las gradas reclamaban más carne que echar a los leones ya no se divierten. Le dan la espalda al responsable del espectáculo. Y este se lava las manos en comparecencias públicas en las que, lejos de reconocerse como ejecutor, se presenta como un mártir.

Habla de herencias envenenadas, situaciones extraordinarias y decisiones inevitables. Suena a disculpa poco convincente, casi un intento obligado para lograr un indulto que cada vez son menos los que están dispuestos a concederle. Hasta los suyos se suman a la lapidación, poco dispuestos a compartir la culpa. Lo que se lanzan no son piedras, sino palabras; coreadas a gritos en el amparo de la multitud descontenta o murmuradas ante un periódico y un café. Palabras que retumban en las conciencias, pero que pueden caer en el olvido antes de la próxima cita con las urnas. O perder valor, como las promesas que el presidente hizo antes de llegar al poder y quedaron enterradas por las acciones de su Gobierno. Esas con las que nos piden sacrificios que no nos explican.

Anuncian una economía de guerra, pero no han emprendido la batalla contra los especuladores y los atropellos financieros. Nos dejan aun así en la miseria de la posguerra, solos con nuestras saetas desconsoladas. En procesión buscando trabajo y encendiendo velas que pronto no serán solo ofrendas a la Virgen, sino la única luz que nos podremos permitir.

Nos clavan lanzas que nos desgarran, impuestos sobre impuestos. Nos echan sal en las heridas abiertas, ni servicios ni ayudas. Sin una razón que nos haga creer que soportamos una pena necesaria. Que este castigo tiene un sentido más allá de satisfacer a los poderosos. Nuestra angustia será más prolongada que la Semana de Pasión y se hacen imprescindibles argumentos para poder soportarla.

Sufrimos el calvario y estamos perdiendo la esperanza en la resurrección. Tenemos la cruz, pero nos falta la cara.

TORMENTO ECONÓMICO

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