El corresponsal

Si fuese corresponsal de un gran periódico extranjero en La Coruña lo iba a pasar muy mal. Aquí no sucede nada que pueda interesar a un foráneo. No ganamos mundiales de fútbol y tampoco figuramos a la cabeza de la clasificación española. Nuestro Dépor participa en un derbi de andar por casa –muy honrada, eso sí–, pero incluso a nivel especulativo y pese a los años de grandeza que Lendoiro nos regaló con el Súper, estamos muy lejos de ese imputado Villar, que, tras veintinueve años en la poltrona de la Federación haciendo y deshaciendo a su antojo amenaza con echarnos del campeonato del mundo o reconocerle al presidente Rajoy cualidades proféticas.
Sin embargo, la realidad es prosaica y dura. Tampoco tengo a mano esas elecciones catalanas que, según todos los vaticineos tertulianos, depararán el caos final de una traca ingobernable por consecuencia de delirantes políticos que confundieron la velocidad con el tocino y sacaron un pañuelo para decir adiós a los españoles, conforme el barco de la independencia abandonada el puerto, confirmando a valentones con oros excesivamente cobardicas.
Y es que aquí, en la esquinita del agua, los torpes de la Marea, nasía pá ganá, prosiguen con sus mitos de redistribuir la urbe en 305 barrios cumpliendo el acimut ordenado por Iago Martínez, el Rasputín de Teis, que anuncia conjunción astral a finales de año para aprobar en su totalidad los presupuestos municipales, hacer un par de obras y encontrar alojamiento a tanto okupa itinerante con mando en plaza.
Como los sucesos se repiten me disculparé con el catarrazo que sufre el periodismo actual. Saldremos adelante como tantas otras veces. No venció por casualidad antes a la peste que a la tuberculosis. Una induce al terror; la otra, a creciente indiferencia. La globalización, la técnica y la crisis económica mundial han sido operaciones necesarias para recuperar la ética informativa y de opinión.

El corresponsal

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