Reportaje | El problema de la continua escasez de trigo en la ciudad

Reportaje | El problema de la continua escasez  de trigo en la ciudad
El molino de Santa Margarita, una clave en la molienda de grano para los horneros

En 1792 se llevó a cabo un reconocimiento de hornos para saber con cuántos contaba la ciudad. Esta labor se encargó a los señores capitulares Antonio Varela Sarmiento, Bernardo del Río y José de Llano, dando como resultado que la cantidad de hornos abiertos en A Coruña es como sigue en la referida fecha:
Lorenzo Agra, dispone de un horno de cocción de 16 cuartas de fondo. Hace una hornada de flor real la libra y otra de moreno y lo despacha en tiendas de la plaza. Tiene en su almacén 50 arrobas compradas y 50 barriles de Filadelfia que usa para la mezcla para obtener el pan de real. 
Juan Barato, un horno de 16 cuartas de fondo, hace dos hornadas al día y tiene 200 ferrados de trigo y harina. Domingo Beade, un horno de 18 cuartas de fondo en Santa Lucía, hace dos hornadas y lo despacha en las tiendas. Tiene 300 ferrados de harina de la plaza. Miguel Cancela tiene un horno de 16 cuartas de fondo y hace una hornada por día. Despacha el pan en tiendas de la ciudad y su mujer lo vende en la plaza, tiene 300 ferrados de harina. 
José Méndez, un horno de 16 cuartas de fondo y hace una hornada, lo vende en la plaza, tiene 24 costales de 11 arrobas castellanas de flor de Castilla, que mezcla con la de Filadelfia, para hacer el pan Real. José Mes, un horno de 18 cuartas de fondo, hace cuatro hornadas de pan y lo despacha en la plaza y tiendas, tiene 14.000 ferrados de trigo de Filadelfia. Pedro Mes, un horno de 18 cuartas de fondo, hace cinco hornadas al día, despacha el pan en las tiendas y tiene en su almacén 300 barriles de siete y media arrobas de Filadelfia y 5.000 ferrados de la misma procedencia. 
Juan Pedro Miguel cuenta con un horno de 16 cuartas de fondo en Riazor, hace una hornada y tiene 18 ferrados de harina de la plaza. Juan Porn, un horno de cocción de 18 cuartas de fondo, hace dos hornadas de pan y lo despacha en las tiendas de la ciudad y pescadería, tiene 400 ferrados de harina tomada en la plaza a los mercaderes. 
Gabriel Rosel, un horno de 16 cuartas de fondo y hace una o dos hornadas, un día con otro, lo despacha en casas y tiendas y se surte de harina de la plaza. Domingo Taboada, un horno de 20 cuartas de fondo y hace una hornada de pan, lo vende en dos tiendas de la plaza y se surte de harina del país y de la plaza. Tenía en aquel momento en su almacén 200 ferrados y un carro de trigo a moler. Roque Ver, un horno de 17 cuartas de fondo y hace dos hornadas de pan, cuece además galleta, despacha el pan en la plaza y tiendas y tiene en su almacén 2.300 ferrados de trigo de Filadelfia.
Este reconocimiento tenía por origen saber las necesidades de granos que existía en la ciudad y cuyo motivo de escasez venía de muy antiguo, de modo que con este reconocimiento se comprobó que las existencias en la ciudad eran 22.778 ferrados de trigo y 2.939 arrobas de harina.
En mayo de 1793 se realiza un amplio informe sobre las necesidades de trigo que tiene la ciudad, en el que se pudo conocer que eran necesarios entre 70.000 y 80.000 ferrados de trigo para hacer el abasto de dos o tres meses para surtir a la población y a los barcos en puerto. Esto dejó ver que a pesar de la crisis que existía con respecto al tráfico comercial portuario, este aún debería ser bastante aceptable para asumir cada dos o tres meses semejante cantidad de granos.
El producto era traído desde diversos puertos de Andalucía, pero también de Francia, Inglaterra, Holanda o, como ya se ha visto, de Filadelfia, además del de procedencia castellana. 

Población
Cabe pensar que en esta época A Coruña podía albergar a unas 40.000 personas entre la población permanente y la flotante. Solo un número así daría la necesidad de disponer de tal cantidad de grano para servicio de la población en general. En el siglo XIX serían muy numerosos los establecimientos abiertos como panaderías y tahonas, pero muchas de ellas cerrarían al poco tiempo de su apertura. Entre ellas cabe citar la fábrica de Rolland, en 1809, la tahona de Varela y Núñez, la conocida por el nombre de “pan de Viena”, que estableciera Clemente Paniza, u otra que montara Nicandro Fariña, conocido naviero de la ciudad y representante de la Cía Trasatlántica Francesa. 
Todas desaparecerían al poco de instalarse, salvo la industria de Varela y Núñez, que funcionó durante bastante tiempo y luego fue ocupada por la Cooperativa Obrera, a finales del siglo XIX. La Cooperativa Militar y Civil estaba instalada en el camino de la Estación como la panadería más importante de la ciudad en aquel final de siglo XIX. 
En dicho lugar se estableció más tarde “La Panificadora”, que sería junto a la Cooperativa de las más significativas. Contaba con sus hornos mecánicos y la industria automatizada para lo que era en su época.  De todos modos los problemas con los panaderos debido a la escasez de trigo no cesarían por la falta de grano y su alta cotización en el mercado para poder abastecerse de dicha materia prima. 
Así que el 24 de febrero de 1855, el Ayuntamiento puso de manifiesto su voluntad para colaborar con los tahoneros y evitar una fuerte subida del precio de pan en aquel momento, dada la falta de trigo que tenía la ciudad para cumplir con la producción precisa y abastecer al pueblo de pan. Esto se debía a las carencias de granos que existían y sus elevados precios en el propio mercado. Los panaderos más importantes de la ciudad fueron José Doval, Salvador Freire, Baltasar García, Gabriel García, José Luada, Manuel Mansera, Ángel Mantiñán, Bernardo Marich, Viuda de Méndez, Antonio Palleirón, Francisco Prado, Juan Rosich, Juan Sixto, Domingo Suárez, Ramón Taboada y Antonio Vecino.
Entre todos estos panaderos sumaban un total de 48 hornadas y 1.291 docenas de libras de pan elaborados al día, ante lo cual el Ayuntamiento de A Coruña decide subvencionar a estos trabajadores para que no repercutiese el precio en la subida del pan por la escasez de granos que se daba en aquel momento. Y lo hacía en cien reales de vellón por cada 165 docenas de libras de pan cocido,. 
Este abono dejaría de realizarse en el momento que los precios del trigo se inclinasen a la baja, es decir, en el momento en que no superasen los 14 reales y medio de vellón el ferrado. El importe se pagaría de forma quincenal a los industriales panaderos y su importe a satisfacer era de 782 reales y 14 maravedíes por día, que era el valor de lo acordado. l

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